A medida que la alegría desbordante provocada por la obtención de la Copa América, por primera vez en la historia del fútbol profesional de Chile, va cediendo paso a los temas cotidianos de preocupación ciudadana, retorna la mirada y el análisis a la situación que cruza al sistema político del país y, de modo especial, a la severa tensión que afecta a los Partidos políticos que forman parte del mismo.
En efecto, en la situación que se ha creado las fuerzas políticas aparecen
o, intencionalmente se trata de hacerlas aparecer, como las responsables fundamentales del enorme deterioro de la legitimidad y de la credibilidad que, en la actualidad, afectan al sistema político en su conjunto.
Este no es un fenómeno nuevo, ni en Chile ni en otras naciones, que atraviesan por una etapa en que se debe revalidar el mandato de los actores que están o, que aspiran a estar, en la conducción de los asuntos del Estado en el país.
Los Partidos políticos son una tarea y un producto histórico determinado; no son ni perfectos ni inmutables, son el reflejo de las capacidades de una época, con las limitaciones y defectos de una obra humana, que debe actuar desde la voluntad, el talento, las convicciones, la potencia y fuerza organizacional de los grupos humanos que los constituyen; de la profundidad de sus ideas y la adecuada renovación de las mismas, en correspondencia con los retos y desafíos no sólo de cada época sino que también respecto de cada situación histórica concreta, que por su naturaleza es necesariamente desigual de muchas otras que se le puedan asemejar.
La acción política de los Partidos contiene aspectos objetivos, con fundamento científico, vinculados a la realidad social que tratan de transformar, así como, arte, sutileza y esfuerzos mediáticos, que desplieguen para acometer los desafíos que se proponen.
Requieren firmeza y rigor, pero también, perspicacia para captar las modificaciones que alteran la realidad que buscan cambiar, la que a su vez, influye y transforma a esos mismos Partidos, que remueven y son removidos en cada ciclo o periodo histórico.
Con vistas a este gigantesco esfuerzo, las formaciones políticas requieren una proyección estratégica que organice y oriente sus acciones; asimismo, necesitan una táctica como expresión de los pasos concretos que realizan su mirada estratégica, y deben dotarse o ir desarrollando en el tiempo, la capacidad o arte organizacional y operacional para lograr hacer coherentes entre sí sus previsiones estratégicas con sus tareas tácticas.
Sin embargo, lo esencial es que quienes abracen los ideales de una fuerza partidista nunca olviden que los Partidos políticos son hijos de una época; algunos de ellos, no todos, logran trascender en el tiempo, convirtiéndose en fuerzas precursoras de las renovaciones societales que marcan la historia; en otros casos no alcanzan tal condición y desaparecen sin que de ellos permanezca una huella mayor.
Sea como sea la historia de cada uno de ellos por separado, en una visión de largo plazo, la presencia y contribución de los Partidos políticos a la construcción democrática es un aporte esencial, irremplazable e insustituible. Sin ellos, no hay perspectiva de estabilidad institucional posible. Los Partidos no se miden por las personas que los constituyen, se miden por lo que son capaces de hacer por sus países y sus respectivas sociedades.
Para adquirir plena conciencia de lo que son los Partidos políticos deben atesorar su experiencia en una memoria colectiva, capaz de admirar sus aciertos y entrega a los ideales, como también contar con una mirada crítica hacia sus insuficiencias y yerros históricos. Ese esfuerzo obliga a que los suyos sean capaces de pensar en profundidad y no repetir consignas o caer en una retórica sectaria, de exclusiva auto afirmación.
Hoy en Chile atraviesan por una situación difícil, controvertida al máximo, en que el parlamentarismo se impone sobre ellos. Por ejemplo, cuando es evidente que debe reducirse la dieta de los honorables, los intereses de corto plazo de algunos no lo hace posible y cuando en las regiones se impone lo que quieren las oficinas parlamentarias de tales figuras y se pasa por encima de los militantes y adherentes de las fuerzas políticas. Al imponerse la demanda local por sobre el interés nacional, se atomiza la organización de las fuerzas políticas.
Luego, agravando el menoscabo de los Partidos actúan las redes subterráneas de poder, los “grupos informales”, el caso reciente más conocido es el llamado G 90, que desde una cápsula hermética y sectaria pretendió controlar el proceso político-institucional, con una tesis “refundacional” de la realidad nacional que no obedecía más que a su exclusivo saber y entender.
La práctica del grupo indica que se pensaba que lo realizado no servía, que había que dejarlo atrás, olvidar un ciclo histórico y no reflexionar y analizar lo valedero de aquel periodo, lo que de el era posible aprender para tener una acción más fecunda, con sentido de país y no de grupo.
Se ha demostrado que los pueblos y las naciones avanzan desde su propia experiencia histórica, lo que en Chile significa contar con las mayorías sociales que permitan el cambio político e institucional del país, a través de reformas sucesivas y graduales que no son simultáneas.
Se decía que llegaba una nueva época, cuyos contenidos esenciales, sus orientaciones estratégicas, acciones articuladoras y pasos prácticos se desconocían y se auto atribuían y radicaban exclusivamente en el mismo grupo que se arrogaba tal pretensión. Una acción de corte conspirativo de tal entidad no podía sino fracasar, como de hecho ocurrió.
Pero el daño ha sido profundo, gracias a la audacia mesiánica de algunos, se ha provocado una reacción anti partidaria, con efectos enormemente anarquizantes sobre el sistema político del país. Al desconocer el papel de los Partidos en democracia y debilitarse sus orgánicas, los grupos amicales y subterráneos de poder, han traído consigo el fenómeno de la corrupción y otras malas prácticas.
Ahora bien, hay que hacer un esfuerzo de grandes dimensiones para reinstalar Partidos que estén a la altura del desafío que se presenta ante la democracia chilena. En tal sentido, la propuesta hecha desde el gobierno de reinscripción de sus miembros es una buena opción, de modo que quienes formen parte de los Partidos sean personas que, de verdad, estén de acuerdo con sus postulados y perspectivas. Revisar los padrones colaboraría a reducir el clientelismo que ahoga los Partidos.
Junto a ello, decisiones que aporten más transparencia a sus actos y decisiones, como la elección directa de sus liderazgos, mesas directivas y bancadas parlamentarias, son ideas que se perfilan como pasos inaplazables de una voluntad de hacerse cargo y resolver los más graves cuestionamientos que les afectan. En el mismo sentido, se requiere que sus finanzas sean entera y totalmente públicas, tanto en su origen como en el gasto, de forma que no haya zonas opacas o de dudas, acerca de las fuentes de financiamiento.
Sin embargo, lo más importante es el cambio cultural en sus prácticas; en particular, se ha transformado en esencial el reclamo para controlar el canibalismo político que corroe y/o desgasta sus estructuras.Si se toma como tarea principal la destrucción de aquellos que piensan distinto dentro de un mismo Partido, ello está señalando que se ha trastocado, muy hondamente, el sentido de la acción política de quienes así actúan.
Pensar en una idea programática, derrotar la desigualdad como un gran objetivo-país no es compatible con un reiterado discurso público, en que lo que se intenta no es más que la descalificación humana de quienes piensan distinto. Hay que restablecer una ética de acción conjunta y servicio a la comunidad como valores fundamentales de la pertenencia a una fuerza política.
Se ha extendido un disvalor perverso: la idea que ingresar a un Partido es para medrar y enriquecerse, esta pretensión mezquina, propia de un clientelismo primitivo los está destruyendo y debe ser erradicada. La militancia es para servir y no para ser servido.
Retomar los ideales constitutivos de las fuerzas políticas, fusionar tales valores con las nuevas y grandes demandas de la hora actual, en permanente interacción con la ciudadanía, ese es el reto decisivo de la política en Chile.
Frente a ello la conclusión es simple, hay que detener el antipartidismo anarquizante que está afectando tan decisivamente la propia legitimidad del sistema político del país.