Cuando llega un nuevo miembro del Comité Político, este puede ser presentado por los observadores de dos maneras: como el integrante de un equipo o como alguien que conformará una dupla con otro a fin de oponerse a un tercero. Desde luego, la forma en que se le presente no es nada de inocente y, como siempre, dice mucho más sobre los que emiten la opinión que sobre el acontecimiento en cuestión.
Lo cierto es que la nominación de Eyzaguirre en la Secretaría de la Presidencia no fue una sorpresa. Siempre estuvo presente en las listas de las nominaciones posibles de los medios de comunicación. Al mismo tiempo, la demora en la designación parece explicarse retrospectivamente como el lapso necesario para despejar el tema del paro del Colegio de Profesores (algo que aconteció –pese a las apariencias- tal como veremos luego).
Además, y este es un dato que no debe olvidarse, Nicolás Eyzaguirre ya era un miembro habitual del Comité Político, dado la gravitancia de la reforma educacional que dirigía y el acontecer ligado al sector. Estrictamente hablando, es un integrante que cambia de posición. Por lo mismo, se puede decir que es un personaje ya aceptado de antemano por los otros integrantes. Lo cual tiene una gran importancia para el funcionamiento del gobierno.
La nominación del ministro de la Segpres tiene una importancia difícil de exagerar. Es sintomático de las decisiones que se tomarán a continuación. Lo que se jugaba era la coherencia del diseño político que había implementado la presidenta Bachelet pocas semanas antes: la constitución de un grupo de alta confianza política, capaz de sostener una interlocución abierta con todos los sectores, mantener aglutinado a su base de sustentación y hacer frente a las dificultades más evidentes del momento.
Como no había ningún espacio para equivocaciones o sorpresas, era evidente que no se podía esperar la llegada de una “joven promesa” sino la de una figura ya probada. Con la nominación hecha es claro que Bachelet incorpora una figura reconocida y, al mismo tiempo, mantiene vigente la idea de constituir un equipo que colabore entre sí y saque tareas adelante mediante la cooperación.
La interpretación más del gusto de algunos analistas es la más conspirativa hipótesis de la constitución de una dupla para establecer un “polo fuerte”. Esta es una idea bastante poco refinada, aunque permitirá recurrir a una explicación sencilla a muchos articulistas durante las próximas semanas. Sin embargo, por estimulante que resulte especular sobre posibles intrigas de palacio, ello no dan cuenta de la personalidad de los involucrados ni de las funciones a que están llamados a desempeñar.
Lo que se he escogido en esta ocasión, es lo que en la jerga de los habituales se conoce como un político “de tonelaje”, alguien con “peso político”, un actor de primera línea por derecho propio, más que un colaborador que recibe su grado de influencia por su proximidad personal con la mandataria. Es alguien que agrega valor al cargo porque se le reconoce vuelo propio y opinión propia.
En otras palabras, el Comité Político se ha visto reforzado porque llega alguien que no necesita afirmarse en otros para hacerse escuchar, que ya cuenta con la capacidad de sostener y defender posiciones sin necesidad de eso.
Los personajes complejos y experimentados no hacen alianzas simplistas. No entran “adscritos” a un grupo sino que juzgan cada decisión en su mérito. Por eso están ahí, para eso fueron llamados, y el que no lo entiende andará a tumbos cuando intente interpretar la dinámica interna del Ejecutivo.
Un gobierno de la Nueva Mayoría no puede optar por alguno de sus componentes. Nadie en solitario da el ancho para dar gobernabilidad. Y sólo juntos se dispone de la chance para implementar una salida a la crisis política, que es focalizada pero que es real. La competencia por la influencia al interior del gabinete no tiene sentido en tiempos tan apremiantes.
Lo que sí se debe garantizar es que todos los componentes de la centroizquierda se sientan igualmente representados en sus sensibilidades, de modo que la complementariedad de perspectivas cumpla el papel virtuoso que siempre ha tenido en este sector político.
La única manera de que el gobierno le vaya bien es que implemente una sola estrategia. No hay espacio para ningún otro comportamiento. Para eso se requiere poner el acento en la unidad de propósitos antes que en los matices. Y es este acento el que debiéramos ver reflejado en el período que viene. La necesidad de esa confluencia es lo que queda completamente reflejada en lo que va del paro docente. Algo que se le mal critica a Eyzaguirre, puesto que no habría “cerrado” el conflicto antes de cambiar de cartera.
Se puede decir que este conflicto no está “cerrado” (en el sentido de “terminado”) pero si está resuelto (en cuanto que tiene fin conocido y cuenta con un curso de acción decidido).
Ocurre en este caso que las demandas explícitas del gremio ya han sido acogidas en un grado inusualmente alto. Al respecto la flexibilidad del ministerio de Educación ha sido notable y unilateral. En el camino, los parlamentarios han identificado los puntos de común acuerdo, lo cual compromete su apoyo a los acuerdos producto de sus propias gestiones.
Lo sorprendente es que el gremio ya decidió mantener el paro, no obstante haber sido acogidas sus demandas. Esto ocurre porque sus decisiones son tomadas en asamblea, y las asambleas están dominadas por un sector con una demanda política no negociable: retirar el proyecto de carrera docente.
Así las cosas, quedan despejadas las incógnitas y con ellas la posibilidad de llegar a un acuerdo inmediato que carece de una dirigencia que los respalde o quiera respaldarlo. En concreto, el movimiento se queda sin destino porque el Ejecutivo no puede ceder en su resolución de implementar la reforma, ni puede el gremio mantener un paro que comienza a debilitarse.
Eyzaguirre llega a la Segpres, cuando el ministerio de Educación ya tiene resuelto enfrentar el paro, y lo que queda es asegurar el apoyo en el Parlamento a un proyecto que el nuevo integrante del Comité Político conoce perfectamente. Se encuentra pues en el lugar donde puede ser más útil, y donde mejor continuidad le puede dar a las tareas que antes desempeñaba.
La posibilidad de que la administración Bachelet retroceda en materia de sus metas en educación, es ahora todavía menor después del cambio ministerial. Para efectos prácticos, ha hecho su apuesta fundamental, de lo cual está obligada a salir airosa.