Querida Michelle: No se moleste por tratarla de esta manera. En verdad yo la quiero, tanto por su historia, como por sus padres, sus sufrimientos, su testimonio de vida, su exilio, su manera sincera y franca de enfrentar la vida, su corazón abierto a buscar con inteligencia y verdad lo mejor para los chilenos, su carácter dulce, sencillo y afable; en fin por ser como usted es, ya sea desayunando con los pobres en una población o al lado de las personas más influyentes y poderosas de la tierra.
He votado siempre por usted con entusiasmo y de todo corazón, teniendo el más pleno convencimiento de que usted desea conducir a los chilenos por los caminos de la paz, la igualdad de oportunidades, el desarrollo y la justicia.
He estado junto a usted en diversas oportunidades. Una de ellas en La Moneda en su periodo anterior, cuando fuimos a agradecerle su apoyo para que una parte de los fondos asignados a la ex Cema Chile a través de la Polla Chilena de Beneficencia, se canalizaran a una de las obras sociales más queridas del Cardenal Raúl Silva Henríquez.Usted nos manifestó su infinita admiración por este pastor excepcional que Dios le regaló a Chile.
Posteriormente con motivo de la presentación de Las Memorias de don Raúl, la invité para rendirle un homenaje en la Pontificia Universidad Católica, donde los cuatro Presidentes de Chile en democracia, tuvieron expresiones de gratitud por su acción solidaria para los que sufrieron los embates de una dictadura implacable, por su lucha denodada para que en Chile se erradique la extrema pobreza, para influir con toda su estatura y consecuencia moral para que impere en nuestra patria la verdad y la paz como fruto de la justicia.
En esa oportunidad usted nos dijo que su corazón, el de usted, sigue sintiendo al igual que el de don Raúl una profunda rebeldía ante la mentira, la violencia, la injusticia, la prepotencia y la falta de respeto de los derechos humanos.
Posteriormente en un acto que habíamos convenido para el centenario del natalicio de don Raúl en el año 2007, frente a la catedral, siendo usted presidenta de Chile, nos envió un mensaje que en una de sus partes decía: “Este es el momento de darle gracias al vida a quien tanto amó a la vida. Por eso oro ahora junto a todos ustedes sin distingo ni diferencias, como Presidenta de Chile alzo mi voz para decir la más sencilla y la más grande de las palabras: Gracias Cardenal. Gracias don Raúl, Gracias pastor”.
He querido recordar esas instancias, para reflexionar acerca de algunos acápites de su último discurso del 21 de mayo. Usted, una vez más, le rinde homenaje al cardenal Silva. Con motivo de la exigente necesidad de la igualdad de oportunidades que muchos chilenos junto a usted anhelamos. Para ello decidió utilizar expresiones de don Raúl cuando nos dijo: “Todos entendemos que en nuestra mesa común no puede haber privilegiados ni marginados, todos queremos que esta tierra de todos la disfruten todos, con los mismos derechos y las mismas oportunidades”.
Sin embargo, en ese mismo discurso, ese mismo día, usted anuncia que la gratuidad universitaria se iniciaría solamente para los estudiantes de las universidades del Consejo de Rectores.
Percibí una clara asimetría entre las expresiones de don Raúl, que yo sé que usted comparte de verdad, con un anuncio que va en la dirección opuesta. Que discrimina en donde no todos los estudiantes universitarios tengan los mismos derechos y las mismas oportunidades como nos decía don Raúl.
Yo soy profesor de la Universidad de Chile. Mi educación la pagó el Estado. Cuando me matriculé en la Escuela de Economía leí con emoción un lienzo que decía: “Devolved con generosidad lo que recibiréis con sacrificio”.
Mi padre, un emigrante sirio, sin mayor educación, que se dedicó inicialmente al comercio ambulante recibió la ayuda generosa de un país que lo acogió y que me permitió recibir una educación de excelencia que me ha permitido lograr grandes objetivos en mi vida.
Mi alma se forjó en el espíritu de intentar ser un servidor. Usted también estudió en la Universidad de Chile y tengo la certeza que su enorme vocación de servicio surge en buena medida como consecuencia de una política de financiamiento a la educación superior en la que todos éramos iguales y todos nos sentíamos iguales.
Tiene razón el padre Fernando Montes de alzar su voz, al igual como la alzó don Raúl, para implorar por la justicia, la eliminación de privilegios y las discriminaciones que irritan la conciencia.
Sé también que usted tiene la capacidad de reconocer los errores con humildad. Lo que se ha propuesto es, a mi juicio, un error que aún es posible de rectificar.
Reconocer que esa medida anunciada divide y no procura el bien común y así proponer cambios para intentar eliminar los privilegios, constituiría de parte suya un acto de coraje y valentía, la misma que demostró el querido cardenal Raúl en los difíciles tiempos de la dictadura. Con cariño.