Tras el amplio triunfo electoral obtenido por la lista Nueva Mayoría Socialista en las elecciones internas del Partido Socialista, que culminará con la segura presidencia partidaria de la senadora Isabel Allende, se abre para el socialismo chileno un ciclo de insospechadas perspectivas de futuro.
No solo porque en el actual contexto de desconfianza ciudadana hacia la política -no hacia lo político como se encarga muy bien de precisar el último informe del Desarrollo Humano en Chile- es un desafío aun mayor hacer partido y construir opinión, propuesta y programa de cara a la ciudadanía, sino también porque como partido de gobierno, nos enfrentará a una coyuntura en que deberemos trabajar por cumplir con las reformas que comprometimos ante el país.
Sin embargo, no tenemos dudas que al término del período de la Presidenta Michelle Bachelet el escenario será distinto al actual. Habremos cumplido con hacer cambios absolutamente justos y necesarios que nuestra sociedad venía reclamando con razón desde hace ya largos años. Ahí estarán para testimoniarlo las reformas tributaria, educacional y laboral, la eliminación del sistema binominal, la creación del ministerio de la Mujer y Equidad de Género, la ley de Unión Civil y tantos otros cambios que son un avance en materias de la mayor importancia para Chile y su futuro.
Ese momento será el instante propicio para demostrar que el octogenario Partido Socialista ha seguido aprendiendo lecciones de la historia y no dedicándose a la repetición de consignas, ni a la renuncia de principios históricos, que seguirá siendo un referente y un espacio común para los trabajadores y las trabajadoras manuales e intelectuales de Chile y que seguirá estando disponible para nuevos desafíos, proyectos y sueños colectivos en pleno siglo XXI.
Ciertamente la ciudadanía, la sociedad y el propio Estado de este siglo del que ya llevamos una década y media, seguirán cambiando y adaptándose a los ciclos económicos, sociales y culturales en Chile y el mundo.
El mundo será cada vez más cercano e interconectado, la expresión de las personas estará cada vez menos sujeta a los medios formales de comunicación y la exigencia hacia los representantes de cualquier índole será más exigente y horizontal. A eso aspiramos. Por eso queremos el cambio constitucional. Por eso creemos en el camino de la Asamblea Constituyente.
En este desafío, será la capacidad de articular la cada vez más heterogénea demanda social, más que la edad, un elemento central a la hora de construir mayorías que sigan avanzando en la profundización democrática que en diversos aspectos, sigue estando pendiente en nuestro país.
Hoy Chile es un país donde más allá de simpatías o adscripciones políticas, tiene certeza de que ya no quiere seguir siendo el modelo de exclusión social que surgió de los experimentos que los Chicago Boys pudieron hacer amparados en el uso de la fuerza.
En esa tarea ineludible de la que muchos hemos venido siendo parte desde hace muchos años, el Partido Socialista, siguiendo el ejemplo del Presidente Salvador Allende, su consecuencia heroica, su profunda convicción democrática y republicana, pero sobre todo su visión amplia y moderna de una sociedad más justa construida en libertad.
Y así como en su legado está la recuperación del cobre para Chile, el medio litro de leche para los niños y su vocación latinoamericanista, el desafío para los socialistas chilenos de este siglo será el respeto a los derechos de los pueblos originarios, la recuperación del Litio, la inclusión de minorías sexuales y personas con discapacidad, una opción radical por la descentralización, y una más decidida defensa del medio ambiente, todo esto en el contexto de un mundo globalizado.
Por eso, cuando estamos en medio de una efervescencia social que nos sacude de la modorra de una transición interminable, el triunfo de Isabel Allende en el Partido Socialista no es una casualidad, ni una coincidencia, sino el reflejo de un proceso interno que cristalizó, mediante una amplia unidad, en la construcción de un liderazgo de gobernabilidad partidario que hace tiempo no teníamos y que nos permite aspirar a nuevos y necesarios aires al interior del PS.
¿Qué mejor que una Allende para cristalizar y encabezar este proceso, como tantas veces en la historia partidaria lo hizo el propio Presidente?
Militar en el mismo partido que fundó Allende es un privilegio. Soñar sus mismos sueños de justicia es un honor. Compartir época y momento histórico con su hija, primera presidenta del Senado, primera presidenta del PS y la figura política mejor evaluada en la actualidad, es una coincidencia de la que podremos jactarnos ante nuestros hijos y nietos.
Pero lo importante es que como pocas veces, la historia nos da a los socialistas chilenos una segunda oportunidad: la oportunidad de cerrar un ciclo histórico, que después de más de cuatro décadas, podría llegar a permitir -quien sabe- que sea nuevamente alguien de nuestras filas, un o una socialista, o quizás una Allende, la que termine definitivamente con la Constitución de Pinochet y la reemplace por una verdadera y profundamente democrática en su origen, su forma y en su fondo.
Tal vez ese será el verdadero término de una transición, demasiado larga, a la democracia.