En nuestro territorio se libera más del 40% de la energía sísmica del planeta, algo que la naturaleza nos recordó de manera implacable el 27 de febrero de 2010. La magnitud de la tragedia y el momento político hizo que las debilidades del sistema de emergencias que presentaba décadas de atraso, rápidamente fuesen olvidadas, al menos en lo que a cambios reales se refiere.
En diciembre de 2010 el Presidente Piñera confirmaba a Vicente Núñez Pinochet, quien con experiencia en una destacada empresa del retail, había sido designado por el nuevo gobierno de manera interina en marzo de dicho año. Luego de haber quedado en la terna del proceso desarrollado por el Sistema de Alta Dirección Pública, se hacía cargo de manera titular de la principal institución técnica-especializada del Estado en gestión de emergencias y reducción de riesgos de desastres, ONEMI.
A fines de enero de 2012 se confirmaba su renuncia, señalando que dejaba ONEMI con la satisfacción de “haberla reconstruido”.
Fue así como, el ingeniero civil industrial, Benjamín Chacana asumió como director interino durante 2012, debiendo enfrentar, al poco andar, nuevos cuestionamientos a la robustez de la anunciada ONEMI 2.0 frente a su actuación ante las lluvias e inundación del centro de Punta Arenas, y diversos sismos que generaron nuevamente demora y contradicciones en entrega de información.
2012 tampoco fue un buen año para el director interino. El trámite del proyecto de nueva institucionalidad que había presentado el Ejecutivo, veía sus primeros problemas al ser cuestionado por ser un cambio de nombre y replicar el sistema histórico. El proyecto de ley estaba lejano de las buenas prácticas internacionales y el desarrollo de la gestión de emergencias.
Chacana terminó su dirección a fines de 2012 traspasando la dirección de ONEMI un nuevo interino, Ricardo Toro, quien asumía en medio de la polémica producto de la fiscalización de los diputados Ricardo Rincón y Gabriel Silber, quienes al fiscalizar a ONEMI en sus instalaciones, encuentrancasi 600 instrumentos que, debiendo estar en proceso de instalación en la red sismológica nacional, aún permanecían embalados y no en manos del ente que por Ley de Presupuestos 2008, 2009, 2010 debía tenerlos, la Universidad de Chile.
En diciembre de 2013, a pocos meses de que asumiera el gobierno de la Presidenta Bachelet, Ricardo Toro fue designado como director titular por el Presidente Piñera, luego de haber quedado en la terna del proceso del Sistema de Alta Dirección Pública.
Los tiempos para Ricardo Toro tampoco han sido de tranquilidad. Cuestionado por una seguidilla de anuncios realizados durante los dos últimos meses del gobierno de Sebastián Piñera, que nuevamente hacía una puesta en escena para dar a entender que ahora sí se había modernizado la ONEMI, a principios de 2014 enfrentaba la denuncia que el compromiso de devolución de instrumentos sismológicos a la Universidad de Chile estaba lejos de cumplirse, y más aún que 297 acelerógrafos fundamentales para megaterremotos y sistema de alerta de tsunami, permanecían sin conectar.
Rápidamente Ricardo Toro desmentía lo anterior. No sólo fui yo uno de los aludidos y desmentidos, sino que respondió en duros términos en radio Cooperativa al Profesor Jaime Campos, prestigiado sismólogo a nivel internacional y director del Departamento de Geofísica de la Universidad de Chile (http://goo.gl/SIEmyT ) , algo que hasta el día de hoy complica al director de ONEMI, pues como consecuencia de las fiscalizaciones realizadas por los diputados Ricardo Rincón, Matías Walker y Gabriel Silber, actualmente la Contraloría General de la República realiza un sumario en el organismo, además de existir claridad que los acelerógrafos no han sido traspasados a la U. de Chile y por ende no se encuentran conectados a la red sismológica.
A pesar de los intentos del gobierno pasado y del director de ONEMI, más temprano que tarde se termina demostrando que la institución técnica está lejos de ser aquella publicitada ONEMI 2.0, o de los anuncios de fortalecimiento pre cambio de gobierno y pos nueva administración que Ricardo Toro se esfuerza en señalar que sí existen.
Estos tres primeros meses nos golpean de manera extremadamente dura, y con ello, aunque aún no termina, tenemos la 3ª temporada más destructiva en materia de incendios forestales desde que se publica registro – 1964.
Pero esta vez pareciera que aunque Conaf y ONEMI intenten convencernos que parecería que estuviésemos ante un brote de piromanía o irresponsabilidad, difícil es que dicho argumento se sustente mucho tiempo cuando al momento de la publicación de esta columna se presentan casi 1600 incendios menos que el año pasado (6010 incendios), al momento la más destructiva en 50 años, quedando una vez más en entredicho la gestión de la respuesta a las emergencias.
Mientras en el sur incendios afectan un patrimonio natural milenario y cultural de valor incalculable, la naturaleza nos pone a prueba y muestra una vez más la frágil, obsoleta y débil institucionalidad técnica en emergencias.
Un sistema fragmentado, centralizado, algo que la misma Presidenta Bachelet calificó en diciembre pasado como una institucionalidad que tiene estructuras de 40 años que urge modernizar, nos pasa la cuenta.
Una estructura que termina por hacer que la autoridad política se vea presionada a tomar el mando de la emergencia, involucrándola más allá de la gestión de liderazgo y política, terminando por hacer labores de gestión, mando y control propios de una institución como ONEMI.
Todo esto frente a una debilidad técnica y estructural, que cabe preguntarse si transcurrido décadas sin modernizar estamos frente a un desafío solamente de voluntad política o en realidad de resistencias al cambio que permanecen más allá de los gobiernos de turno, y donde los directores de ONEMI nos siguen intentando hacer creer que todo es culpa de la naturaleza, centrándose más en ubicar la tragedia dentro del ranking de lo peor que ha ocurrido, en vez de reconocer las debilidades y dejar de ser parte de la resignación, la complacencia y los intentos por mantener un modelo de gestión que no da el ancho.