En estos días me he preguntado cuál es el atractivo de la corrupción. Y la respuesta surge en forma evidente: el acceso rápido al dinero fácil o a nuevos instrumentos de poder, sin mayor esfuerzo, más allá del ingenio y la astucia. Lo que a todos nos cuesta años de trabajo, algunos lo quieren lograr de la noche a la mañana. ¿Con qué objetivo? , disfrutar de un mejor estatus para alcanzar el goce de bienes y servicios o bien escalar en la pirámide del poder.
Quien la práctica no se fija en los medios. Le importa sólo el objetivo, obnubilado por el resplandor de lo que promete mayor felicidad. Etimológicamente, en su origen latino, el término “corrupción” remite a la idea de “romper o hacer pedazos”. Lo que se quebrantan son las reglas del buen comportamiento, de la probidad, trasgrediendo normas legales y éticas, porque el atajo que ella ofrece, supone despojarse de las virtudes públicas.
La corrupción implica un riesgo. Si permanece oculta, inadvertida o tolerada, quien la práctica obtiene un premio, pero si es descubierto, sufre un castigo. Como todo riesgo basado en la suerte, produce una cierta adrenalina. El encanto está en la recompensa y también en la apuesta que desafía a la fortuna.
He recordado la clásica película de Buñuel “El discreto encanto de la burguesía”, con que obtuvo el Oscar en 1972. La historia es simple: un grupo de burgueses invitados a cenar donde una pareja de amigos, al no encontrar al dueño de casa, buscan un restaurante donde poder comer y departir con tranquilidad.
Ese grupo está rodeado del encanto de una cierta forma tranquila de disfrutar la vida, sin mayores sobresaltos. Pero Buñuel se encarga de introducir una serie de elementos propios del surrealismo, que perturban el idílico cuadro de los comensales, sacando a la luz los meandros desconcertantes sobre los que se funda la vida burguesa.
La reunión entre este selecto grupo de amigos se verá interrumpida por eventos extraordinarios, algunos reales y otros producto de su imaginación. La alternancia entre lo real y lo onírico produce giros inesperados en la trama, en la que intervienen militares, un obispo, policías, guerrilleros y campesinos, frustrando los intentos de los protagonistas por sentarse a comer y gozar del encanto de ser burgueses.
Hay una escena sugerente, los protagonistas terminan defecando en común y comiendo cada uno en un baño solitario. Es el mundo patas para arriba, como en el mítico país de Jauja donde los animales domestican a los hombres.
Algo así ha sucedido, en diversas escalas y modalidades, con los escándalos que han sacudido la vida pública nacional: las colusiones, el caso cascadas, el uso de información privilegiada, Penta y Caval. Ninguno de sus protagonistas ha podido seguir disfrutando del secreto encanto de la corrupción. Sus tropelías han sido descubiertas, provocando investigaciones mediáticas y procesos judiciales. Como en el film de Buñuel, no pudieron sentarse tranquilamente a cenar y dar rienda suelta a la convivencia.
Más allá de la suerte que corran las investigaciones y procesos judiciales en curso, las conductas de los afectados han merecido una sanción social y un reproche ciudadano categórico e inapelable. Lo que habla bien de la capacidad de reacción de nuestra sociedad.
Puede ser que el Fiscal Gajardo al referirse a Penta como “una máquina para defraudar al Fisco”, haya usado una metáfora, como lo sostuvo el Fiscal Nacional, pero la licencia oratoria en los estrados fue eficaz para graficar la comisión de delitos graves y reiterados que al afectar las arcas públicas, lesiona el bien común de todos las personas.
El discreto encanto de la corrupción se ha desvanecido, como en un juego de espejos que súbitamente se triza, y con él se han esfumado las tan ansiadas comodidades y el sueño de disfrutar mejor las oportunidades que ofrece la vida. El encanto se ha trastocado en pesadilla.”Nos tratan como si fuéramos mafiosos” ha afirmado uno de los protagonistas.