No hay ninguna explicación simple cuando ella es entregada después de una semana de silencio.Es lo que ha ocurrido con la senadora Ena von Baer en su vinculación con el caso Penta.Lo más significativo es el largo silencio, no lo sencillo de la explicación. Lo único que puede otorgarle sentido al retraso es que decir la verdad, en vivo y en directo, era imposible puesto que no era presentable. La verdad se puede decir sin dilaciones, cualquier otra cosa requiere de preparación.
En camino escogido por la senadora von Baer ha sido la más dañina y la que menos honra a la actividad política. Argumentar que nunca ha cometido una falta, que el error que cometió fue únicamente el de no informar sobre la comunicación con una empresa porque no se realizó “durante el período de campaña” y pretextar que aquí no ha pasado nada.
¿Quiere decir esto que la parlamentaria de la UDI tiene la peor opinión sobre la inteligencia del conjunto de los chilenos?, ¿cree que se tragará sin chistar una explicación burda? No, desde luego.
Lo que parece querer decir es que, descubierta una mentira pública, el único camino disponible para la defensa personal y política no es preservar la credibilidad perdida sino la negación de culpabilidad a todo evento. Que la explicación no parezca verosímil tiene sin cuidado a quienes le han aconsejado en este transe que, sin duda, pasará a los anales de nuestra historia política en el capítulo de las actuaciones menos gloriosas de las que se tenga memoria.
Lo peor de todo, es que la persona que se demora una semana en encontrar una explicación absurda, repite tanto su argumentación defensiva, que termina creyéndose sus propias mentiras. Se trataría del típico caso de alguien que se engaña a si mismo antes de engañar a los demás. Al fin y al cabo, estas “explicaciones” solo son la consecuencia de haber mentido (perdón, omitido información) en la primera oportunidad.
Se tiene aquí un caso en el que se pretende salir bien librado en medio de un ambiente tan generalizado de prácticas fraudulentas, faltas, delitos y negativas mal fundamentadas. No se trata de salir limpio de polvo y paja, se trata de lograr que sean tantos los enlodados, que el que uno de ellos, además sufra un ataque de amnesia, parezca carecer de importancia.
Pero el mal de muchos sólo puede ser el consuelo de personas sin demasiadas luces. Lo que está sucediendo es muy grave y, como se sabe, afecta a todo el mundo político puesto que la responsabilidad específica está concentrada en un partido, pero el desprestigio se ha extendido a los demás sin conocer fronteras ni tendencias.
Lo que explica las malas prácticas no es la necesidad extrema ni la falta de recursos. La UDI es el partido que más ha recaudado fondos en campaña, también mediante los mecanismos legales. Lo que explica la actual situación no es otra cosa que la inveterada costumbre de aventajar a sus adversarios y a sus socios de coalición mediante una sobreabundancia de medios a disposición.
Como siempre ocurre, este caso llegó a oídos de la opinión pública y de la justicia producto del descuido de aquellos, tan acostumbrados a la impunidad, que llegan incluso a descuidar a sus propios operadores y tratarlos de tal modo que estos se deciden por la denuncia a las autoridades. Se trata de infractores llegados al punto de la rutina de procedimientos. Tan seguros de su delinquir que llegaron a pensar en su impunidad permanente. Cuando se dieron cuenta de su error ya era demasiado tarde.
Expuestos al peligro, lo que ha existido en el gremialismo no se asemeja a una reacción colectiva, más bien se parece a un desordenado “sálvese quien pueda” sin gran concierto. En estos días hemos visto como ha dejado de existir el que había sido conocido como “el último partido leninista” (dada su fuerte disciplina interna). Los días de gloria son cosa del pasado y lo que parece que se ha iniciado en el presente es el inicio del ocaso.
El quiebre de la solidaridad interna, en este caso la incapacidad de ponerse de acuerdo tan siquiera para faltar a la verdad de manera concertada, no ha hecho otra cosa que iniciarse. La apelación a la pura disciplina formal y el uso de los mecanismos institucionales (suspender la militancia de quienes resulten procesados) no darán los resultados que se busca, dada la profundidad de la crisis y la gravedad de los cargos que se enfrentan.
La situación de la Unión Demócrata Independiente es tal que ya no se entiende ni su nombre.Puesto que se trata de una organización dividida, que confía más en el poder del dinero que en la libre expresión democrática de los ciudadanos y que es plenamente dependiente de poderes económicos que ya ni siquiera operan en las sombras. Aunque pase esta amarga coyuntura ¿qué es lo que hará el gremialismo en el futuro?
Ahora no tendría que renunciar a las desviadas prácticas de algunos de sus integrantes sino a la forma normal y usual en la que parece basar su vida cotidiana en campaña electoral y fuera de ellas. No se trata de casos aislados y puntuales. Son sus prohombres los que están cayendo. No estamos ante el caso de personas en falta sino el de un partido infractor, beneficiario habitual de prácticas corruptas y corruptoras. El mal está en la medula no en los contornos.
Dicho de otro modo, está claro que se abre una gran oportunidad para los partidos y movimientos de derecha que no quieran llegar al mismo callejón sin salida en el que hoy tenemos al principal partido del país. Una derecha vasalla de los poderes económicos, aunque le sean afines, no deja de ser un actor sin autonomía y sin vuelo. Algo demasiado feble como para hacer creíble el llegar a conducir el país. Si gobernara la UDI la pregunta no debería ser quien pone la cara sino quien maneja el control remoto. Simplemente Chile no se merece caer en artimañas de dimensiones tan gigantescas.
En cambio una derecha liberal, que se acostumbre a confiar en sus credenciales democráticas y que compita por sus propios medios paga ganar elecciones, será siempre algo necesario para nuestro sistema político.
Tal parece que ha llegado la hora del reemplazo. Lo es porque antes de la crisis la UDI, este partido ya se había jugado la basa del cambio generacional. Y fue a la nueva generación, recién llegada al poder, a quien le estalló en la cara el escándalo. Es una lástima. Al final al gremialismo no le depositaron fondo, simplemente los permutó por su razón de ser. En la transacción perdió mucho más de lo que ganó.