Esta semana, el mundo fue nuevamente testigo de actos terroristas perpetrados por fanáticos religiosos en París, cuando una revista fue atacada. Fueron al menos 13 personas las que murieron en estos ataques motivados por el fanatismo, a poco de que ocurriera una tragedia similar en un café de Sidney, Australia.
El problema es que este tipo de conductas no siempre están lo suficientemente lejos de nuestra realidad. Guardando las proporciones obviamente, hemos visto cómo algunos personajes han protagonizado continuos altercados y acosos a miembros de las colectividades gay de Chile. Esto, no tiene cabida en un país que quiere y debe vivir en armonía, respetando todos los credos, formas de vida e inclinaciones políticas, religiosas y también de género.
Nadie tiene derecho a poner una mano encima de otra en virtud de discriminaciones motivadas por odio o por fanatismos de cualquiera índole. Nadie tiene derecho a erigirse como garante moral, ya que nuestra sociedad es diversa, multicultural, multiétnica y tolerante por definición.
Abrir espacio al hostigamiento por causas religiosas, sexuales o de cualquiera otra naturaleza, es abrir la puerta a la violencia.
Chile hoy es muy distinto al de pocos años atrás. Tenemos una importante migración, tenemos gente joven y adulta más dispuesta a asumir su condición sexual de manera abierta, tenemos una sociedad que ya no es exclusivamente adscrita a una sola religión, tenemos un país que demanda más participación de los adultos mayores, las mujeres y los jóvenes.
Es por esto que los cultos, las organizaciones y movimientos políticos y civiles, deben actuar guardando el respeto por todas las personas, por la integridad física y el derecho a vivir sin ser molestados ni menos agredidos.
Esa es la lección frente a los tristes hechos que hemos visto en Francia y Australia y que no queremos que ni la sombra de esa intolerancia, se asome en nuestro país.