Los gobiernos pasan por momentos mejores y peores.Si el escenario económico es de desaceleración, lo que se puede esperar (por pura lógica) es que las secuelas sociales de este mal período repercuta en el apoyo que se presta a quien maneja el Ejecutivo. Si, además, se está emprendiendo reformas de largo alcance no ha de esperarse que esta fuerte área de debate nacional vaya a hacerle la vida más fácil a quienes están en La Moneda. Esto se sabe, pero se puede reaccionar de diversas formas ante este escenario una vez que se hace evidente para todos.
Una pésima forma de reaccionar tiene que ver con el adormecimiento de la conciencia.Convencerse a uno mismo y a quienes lo rodean que lo está ocurriendo es sólo una etapa pasajera que está a punto de superarse.
El que se ha contagiado con este mal político siempre espera la aparición de la próxima encuesta con el anhelo de un niño frente a un regalo de navidad. Cuando se decepciona, se deprime el doble, no sabe a qué atribuirlo y luego se entrega, con más ahínco todavía, a la espera de las próximas noticias que esta vez sí serán buenas.
Pero tal vez la peor de todas las reacciones sea la de la soberbia. Típicamente, cuando el arrogante observa que tiene que escoger entre sus prejuicios autocomplacientes y la realidad, se decanta en contra de la realidad. No la niega, la desprecia. Si tiene que escoger opta contra los hechos comprobados, rechazándolos en lo que tiene de oportunidad de adaptación e invitación al cambio de actitud.
El colmo de esta actitud es encontrarse siempre razón a uno mismo, no importando lo que pase: si las cosas van bien, es señal de que hay que imponerse a todo evento; si van mal, llega la pregunta de inmediato. “Estamos haciendo una cambio histórico que afecta intereses, ¿qué esperabas? ¿qué no hubiera resistencias?” Como sea siempre se encontrarán motivos para seguir igual sin ajustes ni enmiendas.
Sin embargo, es difícil encontrar en política liderazgos responsables que adopten alguno de los errores que hemos descrito. No muchos ni todo el tiempo. Los más propensos no son los líderes sino los acompañantes de los líderes, como los consabidos sacristanes del refrán, que suelen matar al señor cura con sus cuidados y zalamerías.
Partamos por las buenas noticias. El gobierno de Michelle Bachelet puede pasar por un período depresivo y, no obstante, disponer de tiempo suficiente como para repuntar y ganar las elecciones que tiene por delante. Para lograrlo debe actuar con el máximo realismo posible, buscar aliados y concentrarse en lo principal.
Lo de actuar con realismo significa reconocer desde ahora que, prácticamente todo el transcurso del 2015 será un año de crecimiento menos que moderado; que los conflictos sociales se multiplicarán y ganarán en intensidad y, cómo no, las encuestas serán esquivas y nada auspiciosas durante el período completo. Esperar otra cosa es puro escapismo.
Hacer pronósticos halagüeños para los meses que siguen termina por ser muy pronto contraproducente.
Ser realista significa saber que es imposible que una administración solo muestre éxitos y desempeños sobresalientes; o que únicamente exhiba trabajos de equipo que sean aplaudidos por su sincronización y armonía. Ya se llevan suficientes meses acumulados de gestión como para comprobar que no es así. Y por eso es necesario producir un ajuste. Si no se hace es como si trabajar bien, regular o mal diera lo mismo, por lo cual esforzarse al máximo no valiera la pena. El reconocimiento de la excelencia es una fuerza poderosa.
También hay un tiempo y una oportunidad óptima para buscar aliados. Por supuesto, antes es siempre mejor de que después. Un gobierno puede partir con alta popularidad, pero pretender que se ha clavado la rueda de la fortuna es siempre un espejismo. Tarde o temprano se necesita el apoyo decidido y sin titubeos de la base de apoyo política. Para eso siempre hay que tener la prudencia de no esperar a las vacas flacas para cultivar la amistad. Pero como sea que se haya actuado, lo cierto es que lo que urge ahora es impedir que los partidos se alejen de la gestión de gobierno y dejen de prestarle su apoyo.
El mejor momento para buscar aliados es ahora. Establecer los puentes que permitan a los partidos políticos sentirse parte involucrada directamente en el respaldo de las políticas públicas. Si el año próximo avanza antes que esto suceda, la pista se pondrá cuesta arriba. Cuando empieza la competencia para la dirección del PS y de la DC, ante la ausencia de señales centrípetas, lo que sucederá con el debate interno es que se agudizará el análisis crítico de la conducción de gobierno. Los liderazgos escogidos serán más duros y más distantes. Preferirán ser contrapartes antes que colaboradores.
El final puede ser anticipado sin ningún alarde de imaginación. A partir de marzo, los partidos empezarán a preferir que el gobierno se organice del modo que mejor prefiera, pero sin que ello los involucre de una manera particularmente notoria. Las consideraciones más trascendentes pesarán menos y la necesidad de prepararse para la competencia municipal pesará más. El inicio de esta tendencia a la diáspora hay que atajarla desde ahora, cuando se está en mejores condiciones de la que se estará en el futuro próximo.
Hay que estar atentos a los signos del debilitamiento. El más simple (aunque nada sorprendente) es la deserción de los aduladores interesados. Estos son los que siempre se presentaron como los más entusiastas partidarios del gobierno y de la Presidenta, y que ahora tras las encuestas, levantan su dedo admonitorio, señalando los errores que (ahora nos enteramos) ellos siempre supieron ver.
No obstante, hay también sorpresas al revés. Destacan por otro lado los que siempre hicieron sus críticas a tiempo y que ahora, cuando se les necesita, se ponen a disposición para superar el momento de la debilidad y duda. Buen visto no hay mucho de lo cual sorprenderse. No todo adulador es un apoyo ni todo crítico un adversario.
Concentrarse en lo principal es lo más fácil de enunciar y lo más difícil de hacer. Sin embargo, es indispensable. Cuando se acotan los espacios y se restringe el apoyo ciudadano, es cuando se comprende mejor que el tiempo no es infinito, y que hay que dedicarse a terminar bien lo más importante y de mayor alcance.
De otra forma habrá mucho que quedará a medio camino y poco se verá finiquitado. El ejercicio de la política nos enseña a ser humildes.