Atravesamos una etapa de severo deterioro del prestigio de la política, que se ha generado con la activísima participación de los propios protagonistas, que se supone debiesen preocuparse de preservar y cuidar la dignidad de la acción política, a la que se dedican con tesón y buena voluntad, pero cuya legitimidad se ha debilitado sensiblemente ante la opinión pública.
En este negativo fenómeno se mezcla de todo, desde algunos escándalos a rabietas, incluyendo abusivas malas prácticas, excesos individualistas, descalificaciones a las personas, corruptelas varias, enriquecimientos indebidos y otros ejercicios impropios, que hacen de la política un espectáculo y no una tarea de servicio al país como debiese ser.
Me preocupa que no exista, ni la conciencia ni un diagnóstico compartido, acerca de la gravedad que significa un debilitamiento tan serio de la legitimidad de la política para la fortaleza de la democracia.
La salida de madre de la ex ministra y ex senadora Matthei en sus ataques a la Presidenta de la República; el video de la UDI extremando la retórica; un estilo de interpelación parlamentaria “para la tele”; un discurso empresarial rimbombante, muestran una desmedida intolerancia en la oposición desde la derecha, hacia las reformas necesarias de implementar para acercarnos al objetivo de un país con menos desigualdad.
Pero, en el bloque de gobierno, la Nueva Mayoría, también se expresan tendencias al empleo de calificativos que exacerban artificialmente las legítimas diferencias de opinión.
Se manifiestan afanes en que priman los exclusivos perfilamientos de cada cual, en perjuicio de los propósitos comunes; tampoco se escapan algunas de sus figuras de caer en el muy negativo procedimiento del ataque personal; en suma, su responsabilidad de gobernar exige mucho más de todos y cada uno de sus componentes.
Además, el episodio del reajuste de las altas autoridades, conocido como el aumento de los quinientos mil pesos, fue sumamente desafortunado, al punto de indecorosas acusaciones de culpabilidad que no hicieron más que acentuar lo penoso de la situación.
Lo que hoy la sociedad reclama es que la legítima dedicación a la política no signifique posiciones de privilegio alguno.
Por otra parte, ciertos criterios refundacionales creen que dialogar es claudicar, grave error, no se debe caer en esa simplificación, pero tampoco es válido que la minoría pretenda, como se acostumbró la derecha bajo la dictadura, a imponer su propio criterio a la mayoría, la que es en democracia quien asume la responsabilidad de gobernar.
Los demócratas chilenos debemos realizar un especial esfuerzo para dignificar la política. Esa tarea me propongo abordar desde el liderazgo del Partido Socialista.
Mientras mayor sea la legitimidad del sistema político es evidente que estará en mejores condiciones de responder a los desafíos que se presentan al desarrollo del país, en este nuevo ciclo de nuestro desarrollo y en esta etapa de la globalización. Es lo que no se debe olvidar frente a las cámaras y los micrófonos.