Una nueva falla en Metro sigue demostrando que incidentes que interrumpan una función esencial dentro del sistema de transporte de Santiago seguirán ocurriendo. Esta vez falló el “pilotaje automático”.
Si esta columna no tuviese fecha podría ser perfectamente parte de cualquiera escrita durante los últimos meses, sin embargo eso sólo demuestra que estamos frente a un tema tan repetitivo como complejo, y negarlo es como lo conversado por Paula Molina y Andrés Kalawsky en Cooperativa el día martes sobre un estudio de la Universidad de Duke – Estados Unidos- que habla sobre la aversión a la solución, cuya conclusión era “cuando uno no tolera la solución posible a un problema, no está dispuesto a solucionar el problema”, según compartió Kalawsky en “Lo que Queda del Día”.
Ser prácticos no es una de nuestras características, y por ello las “bajadas” concretas a soluciones urgentes, suelen diluirse en la búsqueda de un enemigo externo, y como decía Peter Senge en la Quinta Disciplina, “siempre encontrarás a alguien o algo a quién culpar”, y en este transitar se construye la falsa idea de que los problemas son aislados, por ende lo que ocurrió hoy se soluciona casi por un acto de magia.
Pero si esto es un sistema, y la naturaleza de los sistemas es la relación entre los componentes, entonces ¿cómo pueden ser situaciones aisladas?
Es así como no asumimos el real problema. Las cosas fallan, seguirán fallando, y eso es realismo puro. Por ello debemos acostumbrarnos a esta posibilidad, lo que no debe ocurrir es que nos acostumbremos a que sigan fallando y con ello dejemos que la complacencia y la desesperanza aprendida sigan dominando nuestra cultura en gestión de emergencias.
El aumento de fallas en lo cuantitativo y cualitativo tampoco son producto de algo mágico que ocurre de un día para otro, pero el no hacernos cargo y seguir apuntando con el dedo como forma de distraer la posible mirada de un proceso que probablemente toma años hasta que las crisis comienzan a hacerse más visibles y recurrente, es algo que debemos empezar a abandonar si queremos solucionar los problemas, anticiparlos y por cierto evitar o disminuir el daño en las personas, la confianza y el prestigio de las instituciones.
Lo señalé la semana pasada, la salida del Presidente de Metro no tiene necesariamente impacto en mejorar o empeorar cuestiones que se relacionan con la gestión misma, algo que no es propio de una autoridad de ese nivel. Si fuese así no existirían los gerentes, ni estructuras de gestión.
Pero seguimos enfrascados en discusiones que se resisten a asumir la solución, y por ende a negar el problema, tanto así que si no fuese por la acción de un grupo de diputados, un Subdirector de ONEMI seguiría mirando la emergencia desde la galería, señalando que la institución no tiene injerencia en una materia de que debería ser su expertise, es decir Gestión de Emergencias.
Hoy la comunidad necesita medidas claras que permitan enfrentar las emergencias en transporte, estableciendo dos elementos concretos. Iniciativas de mejoramiento del sistema, que incluya a Metro, comprendiendo que mientras pasen incluso años para que se materialicen, se requiere diseñar un Plan de Gestión de Emergencias y Continuidad Operacional del sistema de transporte y de cada una de las instituciones que lo componen, que mitigue el daño, que prepare al sistema para responder y recuperarse de incidentes críticos con el menor costo para la comunidad. Pues el costo cero en estos casos no existirá, como tampoco será posible asegurar que el sistema no fallará nuevamente, por el contrario, si de algo podemos estar seguros es que sí ocurrirá.
¿ Cuánto estás dispuesto a perder? Es la pregunta que uno debe hacerse permanentemente al momento de gestionar emergencias en cada una de sus fases.
¿Cuánto estamos dispuestos a perder para dejar de reinventar la rueda y abordar un tema cuyo costo está siendo demasiado alto?