Sebastián Piñera fue un funcionario bancario, un empleado exitoso, un especulador con visión y gracias a eso ha ido amasando fortuna. ¿Empresario? En el sentido propio no, pues él no es un creador de empresas, sino un audaz administrador, alguien que compra y vende con claridad y sentido del éxito, que tiene “olfato” para ello.
No lo frenan los escrúpulos “exagerados” de otros ni las recomendaciones de prudencia. No reconoce límites y puede funcionar entre el resquicio y lo ilegal, aunque paga las multas cuando se excede o cuando es sorprendido en conductas no apropiadas.
Su meta está siempre “más allá del horizonte” (pero no es hincha de la U, sino de la UC hasta que el amor por el dinero primó sobre la camiseta y se pasó al ColoColo). Audaz, sus expresiones lo superan, no conoce la prudencia, vive acelerado y su expertizaje técnico se ve contrastado por una precariedad cultural que ha quedado de manifiesto en tantas y tantas intervenciones suyas.
Puede ser simpático, aunque también mordaz y tiene mucho pensamiento hablado sin procesar debidamente.
Inteligente, hábil, se acerca a las emociones de los demás y los acoge, pero no sabe reconocer las suyas ni qué hacer con ellas. Por eso a veces se encierra y parece que se deprime, aunque en realidad sólo está produciendo más y más planes para seguir en una aventura sin límites.
Con su buen olfato y fiel a las enseñanzas de papá, estuvo en contra de la dictadura, aunque en sus contradicciones haya adherido al modelo económico a pies juntos.Votó que no cada vez que pudo, pero no tuvo dudas en ser el generalísimo del abanderado del SI en la primera elección presidencial.
¿Cómo se explica eso? Simplemente en su paradoja esencial: tiene un lado luminoso y otro oscuro y nunca sabe en qué lugar pararse.Como la Luna.Y él siempre quiere hacerse notar, sin importarle las consecuencias.Que hablen de mí, bien o mal, pero que hablen. Eso es estar presente y es lo que quiere.
No ha dicho que quiere regresar a La Moneda, pero todas sus conductas indican que es así. Es la primera manifestación de prudencia que se le conoce, aunque algunos dicen que es mero cálculo.El no iría a arriesgar una derrota, como Frei, sino que querrá asegurar la victoria como Bachelet.
El DC se la jugó por ideas, programas, principios, él juega sus intereses, pues identifica su bien con el bien de Chile. Si él, uno de los ricos más ricos, está bien, es porque el país está bien.Sabe de los pobres, pero ignora la pobreza de las clases medias, pues él no alcanza a distinguir unos de otros y piensa que los que hablan como él son ricos y los demás son pobres. Le inquieta la pobreza y quiere hacer caridad.
Olvida – por falta de prudencia – el mandato evangélico que sugiere hacer la caridad en silencio y en privado, pues entiende que debe dar el ejemplo a los que son como él y permanecen egoístas.
En cambio él, generoso, desprendido, está dispuesto a congelar la administración de sus bienes para sacrificarse en la Presidencia de la República.
Ha sido el Presidente peor evaluado durante su mandato, comparable a lo que le pasó a los argentinos de la Rúa o a Menem en algún momento. Pero los políticos lo apoyaban y Allamand renunció al Senado para ser su Ministro. Los políticos de derecha lo tenían como el gran líder que les permitió recuperar La Moneda, esta vez sin necesidad de armas ni guerras inventadas.
Cuando esos políticos olieron la derrota, a la vera de septiembre y Piñera recuperó algunos de sus aires fundamentales al referirse a los 40 años del golpe y a las violaciones de los derechos humanos, esos dirigentes dejaron de quererlo y empezaron a distanciarse.
Paradoja: a medida que se distanciaban, Piñera comenzaba a subir en las encuestas.Y ahora que va alcanzando las más altas posiciones, sus antaño seguidores lo denostan y acusan como el culpable de todas las derrotas. Entonces el pueblo se da cuenta que Piñera es así, que no tiene remedio y empieza a quererlo, apoyarlo y tratarlo como uno de los suyos.
Es la contradicción flagrante, la paradoja irremediable, que debiera llevar a Piñera a la presidencia de Colo Colo, el equipo popular, el que cuando gana hace más sabrosa la comida del pobre, pero que es manejado por los más ricos y tiene más dinero que nadie. Y sus beneficios son para los ricos y las alegrías para los pobres.