No manipular la fe de los electores es uno de los límites fundamentales que una candidatura se debiese imponer como criterio esencial de su ética política.
Lamentablemente, la lucha por el poder genera perversiones profundas en muchos de quienes son sus protagonistas.Algunos se proclaman como representantes de una denominación religiosa en el ámbito parlamentario, redescubren una nueva fe y se sienten poseedores de una nueva verdad absoluta, de la cual posan como los más auténticos detentores, no obstante la rapidez y vertiginosidad de sus procesos de conversión.
En esta vorágine de adorar nuevos ídolos o creencias bajo el apremio de elevar una esmirriada votación también ha caído la candidatura de la derecha, en un intento increíble de lograr simpatías por unos cuantos votos.
En este caso, se trata de manipular la fe y los valores del pueblo evangélico afirmando lo que todo verdadero gobernante sabe que no se puede hacer, gobernar de acuerdo al texto literal de la Biblia. La frase textual fue “no se hará nada que vaya en contra de lo que la Biblia señala” de ser quien llegue a la presidencia de la República, por parte de la candidata Matthei.
Esto es lo que podría ocurrir en una república fundamentalista y no en una nación democrática.Tal vez debiese informarse mejor la candidata respecto de cómo, con el mismo argumento, los talibanes les arrebatan a las mujeres sus derechos fundamentales, humillándolas a extremos inenarrables. En lo personal, rechazo tales expresiones de un oportunismo político visceral.
Toda persona sincera sabe que en la delicada tarea de gobernar el verdadero estadista sabrá discernir en conciencia para actuar y encontrar el bien común. Para ello se apoyará en los preceptos de su fe religiosa, de ser creyente, o en los valores humanistas y de servicio público que le inspiran, pero jamás recurrirá al intento de generar fanatismo o enceguecimiento de personas de buena fe para obtener una ventaja mezquina o circunstancial.
El caso Matthei alcanza grados severos de patetismo. No hace mucho suscribió con el senador Fulvio Rossi un proyecto de aborto terapéutico que defendió ardorosamente en diversos foros, ufanándose que con ello golpeaba las convicciones más recónditas de su sector político.
En tal período ensayó una posición de apertura y liberalismo de la que hoy abjura. Con razón muchas personas se distancian de la política, es lógico ante tales conductas. Hay ciudadanos que llegan a temer lo que realmente son capaces de hacer quienes recurren a cualquier método o están dispuestos a esgrimir el argumento que sea, para engrosar sus expectativas electorales. Y si no es así, amenazan de inmediato con el “virus de la anarquía”.
Ante tal espectáculo, creo que los actores políticos deben reflexionar. En ambas orillas del escenario político se han instalado fanatismos e intolerancias que se proponen tironear o empujar la situación nacional hacia lamentables focos de conflicto que no harán más que debilitar el esfuerzo que enfrenta el sistema institucional del país: reducir la desigualdad antes que provoque una fractura social que lesione la estabilidad democrática de Chile.