Probablemente estemos en el período de término de la campaña presidencial.Es tal vez la etapa en que lo que tiene mayor importancia no es tanto lograr triunfos mediáticos frente a la competencia, como no cometer errores muy grandes. Al menos esto es cierto para la campaña de Michelle Bachelet.
En este caso específico, se ha tratado de evitar caer en cualquier distractivo de última hora que, gentilmente, ponga la derecha en el camino para provocar el debate en el campo propio.Es lo único que puede alterar en algo las cosas, en particular porque las pocas esperanzas que quedan en el oficialismo están puestas en provocar la segunda vuelta, intentando rebarajar el naipe.
En particular, se ha tratado de que las campañas parlamentarias no asumieran un predominio desmesurado respecto de la contienda principal. Es obvio que los candidatos que creen estar disputando estrechamente su opción quieren marcar las diferencias, no con el conglomerado contrario, sino con el aliado en competencia.Es usual que se intenten provocar disputas en los términos que le parecen más favorables a los que empiezan las hostilidades verbales.
Estas son las situaciones ideales para ser aprovechadas por los demás para incentivar el juego de respuestas y contra respuestas en escalada. Por eso, y aunque sean entendibles los roces fuertes en la competencia electoral, todo tiene su límite.
Hay un punto en el que, si son muchos los que se animan a entrar en el debate, comienza a ser perjudicial para el conjunto. Por eso hay que saber graduar este tipo de contiendas.No se puede dejar de recordar en el fragor de la campaña que al final ellas siempre terminan, pero la responsabilidad política por los propios actos es permanente.
Así que la primera tarea es la de evitar el efecto de contaminación que pueden producir las disputas parlamentarias más agresivas sobre el conjunto de la campaña opositora.Pero, quizá, la tarea principal consiste –como siempre- en no meterse en problemas por voluntad propia y sin necesidad.
Estando ya al cierre del período oficial de campaña, se puede decir que los casos críticos de competencia parlamentaria, donde fue imposible la cooperación (porque se disputaba un solo cupo), no se escaparon de los límites de conflictos acotados.
Más todavía, es probable que lo más frecuente en las circunscripciones y distritos donde la Nueva Mayoría tiene la posibilidad de doblar, se ha logrado establecer algún grado de cooperación, al menos la suficiente como para hacer viable el resultado optimo.
Ha de aclararse, sin embargo, que no basta hacer bien el trabajo por parte de los candidatos a parlamentarios de la centroizquierda, salvo en unas pocas excepciones donde el apoyo inicial a la Nueva Mayoría es particularmente fuerte.Lo más frecuente es que, además, se requiera de un desempeño flojo o deficiente por parte de los representantes del oficialismo.
Se puede anticipar desde ya que, allí donde el apoyo oficialista no ha tenido fisuras (es decir, donde el conflicto entre RN y la UDI se pudo contener) el resultado seguirá siendo la paridad entre los conglomerados principales. Si lo logran en muchos o en pocos casos será el mejor termómetro del estado actual de la Alianza.
Pero en los días finales hay que recordar que no es entre los adversarios donde hay que esperar las mayores dificultades. Aunque parezca increíble la mayor parte de los dolores de cabeza de un comando tienen que ver con los errores no forzados.Por cierto, siempre se está a la espera de un ataque, una crítica o una denuncia por parte de los adversarios.Lo que, sin embargo, termina por desconcertar con mayor seguridad es el “fuego amigo”.
Por cierto, nadie comete un error público a sabiendas. Lo que ocurre con mayor frecuencia es que una preocupación muy intensa, individual o de partido, hace que algunos dan a conocer una opinión o una iniciativa que atenta contra el interés general de la campaña. Caer en este error es simplemente olvidar, por parte de unos cuantos, que no siempre se puede estar en el centro de la escena, y que los candidatos tienen la prioridad durante toda la campaña, y nadie más.
En efecto, es frecuente que una intensa polémica interna de carácter estratégico o programático sea recogida por los medios, cuando aún no ha habido tiempo de establecer los consensos internos. El debate no tiene nada de malo en sí mismo, al revés, es una etapa indispensable para llegar a definir una posición política compartida por partidos que tienen naturales diferencias.Pero llegar a acuerdos requiere dedicación y si un debate es puesto en relieve en público antes de madurar, hace que se pierda mucho esfuerzo adicional teniendo que dar explicaciones.
Lo peor es si los polemistas siguen entregando pertrechos para la guerrilla verbal. Es decir, si agregan la contumacia a las declaraciones extemporáneas.
Sin embargo, el actor que se dio todos los gustos en esta oportunidad ha sido la Alianza.Hasta el punto en que el que se puede afirmar que no ha dejado de practicar ninguno de los posibles conflictos que se dan en este tipo de situaciones, con el resultado negativo más obvio y previsible.
En efecto, durante esta campaña se han dado conflictos entre el Presidente Piñera y la candidata presidencial; entre la candidata y uno de los partidos que la apoya; entre la candidata y candidatos a parlamentarios; entre miembros de su comando; entre el comando y los partidos, etc.
Todo puede tener algún tipo de explicación, pero nada lo puede justificar. En el fondo, tras estas tensiones se encuentra la ausencia de un liderazgo común auténticamente aceptado.
Piñera ha trabajado más por su reelección que por la candidata que debiera darle la continuidad a su gestión, eso desarmó todo intento de levantar presión de campaña. RN nunca ha sentido esta candidatura como propia, aunque ha intentado no quitarle el piso públicamente. El choque entre candidatos UDI y de Renovación no ha sido ni de lejos contenido por Matthei. Por si fuera poco, la disciplina interna del comando no ha caracterizado este período.
En estas condiciones, lo mejor que puede pasar es que el objetivo declarado de pasar a segunda vuelta quede sin cumplirse. No se tiene la fuerza y la convicción necesaria para sostenerse ante una derrota abrumadora.
Lo que muchos piensan en la derecha se está haciendo sentido común: lo mejor es terminar esto de una vez.