El próximo domingo en elecciones libres e informadas, el pueblo soberano decidirá quién conducirá el Estado de Chile por los próximos cuatro años. Estas circunstancias tan sobresalientes generaron un proceso electoral previo que tuvo, al menos, las siguientes particularidades.
1) La reafirmación y fortalecimiento del liderazgo de Michelle Bachelet en el amplio y extenso campo de las fuerzas de centro y de izquierda, potenciando “una nueva mayoría” que, muy probablemente, asumirá la conducción del gobierno para la etapa política, social e institucional que se abre en Chile, una vez concluido el proceso electoral.
2) En este proceso se desató una crisis en la derecha que ha debilitado decisivamente su opción presidencial, que ha empujado su candidatura a la puesta en escena de un lenguaje destemplado y una propuesta de corte populista y autoritario que ha desfigurado su perfil programático e ideológico, cayendo en una conducta lisa y llanamente oportunista.
3) Además, han proliferado candidaturas menores empeñadas en desprestigiar y deslegitimar el sistema político que pretenden, según dicen, controlar y dirigir. Se trata de un curioso grupo de grandes ambiciones, que chocan entre sí, que compite con un discurso populista para rasguñar votos vengan de donde vengan
En este contexto, el gobernante se ha jugado de modo abierto y descarnado por sus exclusivos intereses personales.
Lo mueve con un impulso sin freno alguno su pretensión de instalar su figura como la única posible en la derecha para los comicios del 2017, de modo que no tuvo miramientos para supeditar las pretensiones de Matthei a tal propósito. Al mismo tiempo, los partidos UDI y RN han hecho gala de una ineptitud que ha creado un cuadro evidente de una derecha definitivamente a la deriva.
Mientras la derecha carece de alternativa, una serie de escisiones minúsculas, de gran resonancia mediática, haciendo eco de jefes mesiánicos que piensan que el mundo comienza y termina en ellos, se prodigan en esfuerzos que provoquen mas desencanto y debiliten el sistema político.Pareciera que los extremos se juntan denostando el régimen democrático.
Por ello, la conquista de una mayoría parlamentaria que le permita a Michelle Bachelet alcanzar la gobernabilidad necesaria y conseguir las reformas económicas, sociales e institucionales comprometidas en su programa, pasa a ser una cuestión decisiva para el futuro de la democracia chilena.
Los partidos de la “Nueva Mayoría” asumen en estas elecciones una enorme responsabilidad.
No pueden defraudar los anhelos populares que esperan cambios potentes en educación, salud, pensiones, entre otros ámbitos de gran impacto social pero también de elevado costo fiscal, todas transformaciones que son esenciales e inaplazables y, al mismo tiempo, deben evitar cualquier tentación de sucumbir a la solicitud con el “tejo pasado”, que genere populismo y descontrol.
La nación chilena estará a la expectativa. Reformas que se concreten con eficacia política y coherencia permitirán la validación de la “nueva mayoría” como bloque político, capaz de asumir la posta de reemplazo de la tarea histórica que realizó en Chile la Concertación de Partidos por la Democracia durante cuatro gobiernos consecutivos, los que duraron, precisamente, hasta el último día del anterior gobierno de Bachelet.
Ahora la tarea es mayor, más compleja, pero más decisiva para el futuro de Chile.