Nuevamente la hipocresía de las elites de poder, económico,político o mediático que tenemos en el país vuelve a hacer flamear la bandera del pacifismo ante manifestaciones de molestia y enojo ciudadano con los poderes establecidos.
Pero, quienes lo dicen lectores. Muchos de ellos fueron adalides del mayor acto de violencia, como es promover y dar un Golpe de Estado contra un Presidente constitucional. Pero, no sólo eso.
Además, después fueron cómplices por acción u omisión de todo aquello que lentamente hemos ido sabiendo -contra su voluntad incluso-, los ciudadanos de a pie: fusilamientos sumarios, exoneraciones, exilio, relegaciones, torturas, asesinatos, desaparecidos.
Por cierto, todo eso se hizo porque eran adalides de la paz y el orden, cómo no. ¿Hipocresía, cinismo? Puede ser. También el temor a perder el manojo de llaves del poder en la sociedad chilena, a lo que han estado acostumbrados por siglos.
Claro, lo que sucede es que para la minoría oligárquica y su expresión mediática,violencia es únicamente todo tipo de gesto, acto, palabra, marcha, que expresan una crítica, malestar y desacuerdo con el modelo de economía y política que tenemos hoy.
Sin embargo, lo sabemos, la violencia está presente desde antes y por debajo. Aunque también se manifiesta, claro está, en los actos de represión indiscriminada cometidos por carabineros y celebrados por una suerte de “pacolatría” (dicho en la jerga juvenil) que exhibe convenientemente el establishment.
Lo que sucede es que vivimos en un orden socioeconómico, jurídico, mediático muy concentrado y violento cotidianamente. Este “orden” histórico y no natural se reproduce día a día mediante su violencia soterrada y silenciosa.
Una en la cual sus artículos sagrados y consagrados son: propiedad privada, mercado “libre”, lucro, la competencia de todos contra todos, un Estado penalizador (ley y orden en las calles).
De todo aquello dan cuenta los movimientos ciudadanos, o de asociaciones diversas, de mapuches, medioambientalistas, estudiantes, dueñas de casa, los que de distintas formas expresan ya, casi día por día, su malestar, indignación, y a veces desesperación acumuladas, interrumpiendo muchas veces las actividades diarias de las personas de a pie o en automóvil.
Pero esta supuesta violencia no es más que una respuesta a la otra, la que diariamente nos inflige un sistema, un modelo socioeconómico y político-jurídico mercantilizado, que no refleja ni el interés ni el bien común .Que no cuenta con un apoyo meditado y deliberado en igualdad de condiciones y refrendado en una carta constitucional reflejo de la voluntad popular.
Es probable que esta “espiral” (como la llamó ya en los sesenta muy acertadamente el obispo Helder Cámara) no se detenga fácilmente o con una “manito de gato” aquí y allá.
Es la propia ceguera y codicia de las elites poderosas la principal responsable de todo esto.
¿Cuánto vale la vida del comunero Melinao asesinado hace poco en la Araucanía?
¿Cuánto la vida de los afectados por situaciones de salud delicadas , obligados a deshacerse de sus bienes, para pagar las cuentas?
Ayer no más escuchamos que uno de ellos se suicidó debido a la negligencia hospitalaria que sufrió.
¿Acaso no es también violencia la colusión de farmacias para lucrar con los precios de remedios importantes?
¿No es violencia un orden socioeconómico y político-jurídico que no tiene legislación suficiente para castigar esas colusiones, y envía a los responsables, a recibir un cursillo de “ética”?
De qué ética se tratará podríamos preguntar. Necesitaríamos varias páginas para enumerar las “gracias” o “externalidades” del modelo que nos rige y que causa perdida de vidas humanas o una existencia angustiosa.
Ahora que entramos a septiembre sería bueno meditar sobre esto, y decir basta a las embusteras teorías del “empate moral”, las víctimas no son culpables de lo que sus victimarios hacen con ellas.
Podríamos, por ejemplo, preguntarle a los judíos sobrevivientes que sufrieron persecución y muerte, si ellos se sienten culpables del holocausto que perpetró el nazismo en su contra. Y después, deliberar entre nosotros al respecto.