Estamos anclados a un mundo en cambio. Hoy se habla de la “sociedad del riesgo”, de la “sociedad red”, de la “sociedad del conocimiento” o de la “sociedad de la incertidumbre”.Estos escenarios se viven como extremos irreconciliables, lo cual hace difícil el diálogo. Frente a esto, es posible distinguir tres ejes de reflexión para el Chile de hoy: Derechos – Deberes, Libertad – Responsabilidad, Deontología – Teleología.
En efecto, nos movemos en un mundo (y en una sociedad chilena) que lucha por los derechos, pero poco se habla de los deberes. Se trabaja por la libertad, pero se nos olvida la responsabilidad.Estamos involucrados en la búsqueda de metas y nos alejamos de nuestras convicciones.
Hay que recordar que derechos y deberes se implican mutuamente. Chile ha transitado desde la primacía de las obligaciones a la supremacía de los derechos. En este transitar el concepto de “autoridad” ha sido el gran damnificado, pues hoy se le asocia a imposición y arbitrariedad. Se olvida que este concepto tiene una dimensión moral y fuera de ésta pierde su sentido más pleno.
El segundo eje es la tensión entre libertad y responsabilidad. Hoy se pone énfasis en las libertades, lo cual es correcto y necesario para una efectiva ciudadanía. Sin embargo, la responsabilidad queda en un segundo plano, por lo que se requiere de una nueva visión que integre ambas dimensiones. Cómo no recordar a Víctor Frankl, quien planteaba el reto de construir junto a la estatua de la libertad una estatua de la responsabilidad.
El tercer eje de reflexión es el binomio: deontología y teleología. Lo relevante es cumplir los objetivos sin dar mayor importancia a los medios.En este contexto, las utopías y la retórica – que daban sentido a la política – han quedado en segundo plano.
¿Cómo romper estas posiciones antagónicas? Volviendo a la idea aristotélica del “justo y recto medio”.
Ahora bien, un justo equilibrio no es una postura simplista que busca evitar conflictos.
Gran error. El “justo medio” aristotélico era un desafío de vida que implicaba preparación, prudencia y disposición de espíritu. Una justa moderación implica tener la valentía de tomar postura, de salir de la indiferencia y de no sucumbir en una neutralidad sin sentido.
Avanzar en el “justo medio” tampoco significa borrar las diferencias. Pretender suprimir las divergencias de opinión como exigencia de “moderación aristotélica”, es no entender la profundidad de la propuesta del filósofo de Estagira. El “medio” aristotélico es una respuesta que nace de la más honda racionalidad humana y, como tal, jamás podría desconocer las diferencias que nacen de los pensamientos y las convicciones de cada cual.
Como esfuerzo racional supone conocimiento, indagación, respeto, reconocimiento del otro, tolerancia, empatía, humildad y capacidad de diálogo. Implica tener la disposición de ánimo para poner el acento en el bien común. Chile no puede ni debe perder esta perspectiva.
El debate actual nos presenta varios ejemplos de estos escenarios contrapuestos y de sus desafíos éticos. Para algunos la educación debe ser gratuita porque es un derecho, mientras otros ponen el acento en la libertad de enseñanza. En materia de debate político, la diferencia no se asume como proposición dialógica, sino que como imposición destructiva. En política criminal, unos ponen énfasis en la represión policial y otros se centran en la prevención, deslegitimando cualquier política de control.
Frente a esta realidad se pierde la capacidad de diálogo. Chile requiere de políticas que rompan estos ejes para llegar a un justo medio racional, que como dice Aristóteles se aleje del “exceso y del defecto”.
Tarea difícil, pues implica reconocer que en el otro también hay parte de la verdad.