Todo el mundo reconoce en la ex mandataria Michelle Bachelet una serie de “cualidades blandas” que le han valido el cariño de la gente. Detrás de la sonrisa de la ex presidenta, muchos chilenos sienten la ternura y la simpatía de una mujer que es reconocida como la “mamita” de Chile. Poco importan sus silencios, a ratos exasperantes para sus detractores, tampoco sirven de mucho los emplazamientos de los opositores a un debate de ideas.
Como es sabido, la clara simpatía hacia Bachelet se traduce en una amplia mayoría dispuesta a votar por ella, convirtiéndola, en los hechos, en la candidata mejor posicionada en la campaña presidencial en curso.
Como suele repetirse en los círculos políticos, estamos frente a una candidata imbatible.
Su figura no solo suscita el recuerdo histórico de la primera mujer que alcanza la presidencia en Chile sino también la de una figura que en ONU Mujeres alcanza estatura mundial.
No obstante, este tremendo cariño hacia la figura de Bachelet no ha logrado transmitirse a su entorno ni, mucho menos, hacia algunos candidatos al parlamento que suscitan más bien un creciente rechazo. Una cosa es la madre y otra muy distinta sus descarriados sobrinos.
En el seno de los partidos políticos que dicen apoyar a Bachelet, las pugnas por cupos parlamentarios y las cruentas negociaciones persisten como en los mejores tiempos, dejando atrás las prometidas elecciones primarias y enfrentando a los caciques de las distintas tribus.
Un espectáculo lamentable del que la candidata ha sabido mantenerse a una prudente distancia, observando en silencio con severa, pero, maternal mirada la impresentable batahola de sus prosélitos.
El punto débil de la candidatura de Michelle Bachelet, y un claro riesgo, es justamente el tinglado político parlamentario de su eventual gobierno.
Ganar la presidencia sin las mayorías necesarias en el congreso, capaces de llevar adelante el proceso de reformas comprometido en su programa es fuera de discusión, condenar su administración a la mediocridad practicada por la Concertación durante cuatro gobiernos consecutivos.
Todo esto lo sabe muy bien la derecha, por eso ha dispuesto a dos de sus mejores hombres para ordenar sus propias filas y pelear su futuro político en el parlamento más que en la Moneda.
Las candidaturas derechistas al parlamento van a disputar cada circunscripción con un relato muy claro: el proceso de reformas que promete Bachelet es un riesgo y una amenaza a la estabilidad política y económica de Chile.
Este sector político está atrincherado en el binominalismo e inspirado por sus líderes más carismáticos lo que podría darle suficientes sillones parlamentarios para obstaculizar cualquier proceso de reformas más radicales.
La pregunta que se plantea, entonces, en este día de la Madre, es si acaso esta estrategia de la derecha será suficiente para postergar los vientos de cambio que soplan en el país.