Resulta escandaloso el gran mito de la autoridad vigente acerca del “millón” de empleos, surgido según sus autoalabanzas de su propia, certera y sagaz conducción económica. Sin embargo, el gran mito está fundado en la utilización de la nueva encuesta de empleabilidad (NENE) que considera a una persona con empleo con la simple ejecución de una hora semanal en cualquier actividad remunerada. Tal medición constituye una falacia que debiese avergonzar a sus sostenedores y habla del deterioro que se produce en la autoridad que sólo busca popularidad.
No es excusa decir que la OCDE lo solicitó de esa forma, ya que al país se le oculta que con el nuevo estándar se cambia sustancialmente el resultado de la encuesta que se lleva a cabo, pretendiendo convencer que el mejoramiento en las cifras no es por el cambio de indicadores sino que por las virtudes de los que gobiernan. Levantar esa imagen falseada de la realidad es el gran mito de la actual administración. Es intentar configurar en los hechos una de las pesadillas de Orwell, instalar una mentira como verdad, haciendo uso para ello del poder.
Esto se hilvana con la más fuerte de las metas mediáticas de la actual conducción estatal, la que se piense que son un equipo fantástico. De allí que la autoridad económica repantingada en un mullido sillón de autocomplacencia pretende vender un producto: la imagen que en tres años logró que el país saltara, de lo que considera inercia burocrática e ineficiencia en sus antecesores, al umbral de la abundancia, el desarrollo y el primer mundo. Todo, por supuesto, gracias a su gestión sobresaliente, brillante y excelsa.
Lógico, para ellos no podría ser de otra manera, se ven como una autoridad de excelencia, gente de un nivel superior, con los recursos suficientes además, desde su particular criterio, para que sus fortunas personales despejen cualquier sospechosa insinuación relativa a conflictos de intereses, lo suyo es pura y simplemente” ganas servir”.
Desprecian también hacerse cargo de la “maliciosa” interpretación de la oposición de que en tan breve lapso de tiempo no se hacen milagros y que medran de una trayectoria anterior favorable y de precios del cobre que han permitido sostener gastos populistas para paliar la desigualdad en la distribución del ingreso. Sin esos elevados precios además, el déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos seria inmanejable.
Con el sesgo de su punto de vista se convencen que hay un mezquino intento de desconocer una obra maciza, poderosa, imponente; que los chilenos y chilenas muy mayoritariamente no les acompañen en el autobombo solo puede deberse, una vez más, a que el” populacho” es malagradecido y no se conforma con nada.
Sin embargo, la autoridad económica peca de presunción y su vanagloria conlleva un irreparable desconocimiento de la vida diaria, aquella que se vive en la realidad social y económica de cada familia.
Es tal la ignorancia lo que nubla y distorsiona sus juicios, alimentando un exitismo que llega a ser extravagante, que comienza dando la espalda por completo al déficit en la cuenta corriente del país, ya cercano a los diez mil millones de dólares, debido a que bajo la responsabilidad de la actual administración se ha saltado desde el superávit al déficit, haciendo gala de una completa dejación de sus obligaciones para cuando ya no estén en sus despachos y hayan regresado a sus negocios personales. El abuso de poder implícito en tal conducta es parte del problema que tenemos como país.
El hecho concreto es que el malestar en Chile arranca de una insatisfacción generalizada hacia un sistema de reiterados abusos e inequidades que se ha enquistado hondamente en los hábitos y las relaciones de poder en la sociedad chilena.
El fundamento neoliberal en los vínculos y correlaciones entre personas y grupos sociales fomenta el “agarra aguirre”, es decir, que por poco poder que sea quien lo tiene trata de imponerse y lucrar al máximo, para, en lo posible, enriquecerse sin reservas morales o escrúpulos molestos.
Vivimos en un estado de cosas en que hay predisposición al abuso, y ello ocurre, de modo especial, en el ámbito de las relaciones laborales, en la base de la pirámide, lo que sus colegas economistas denominan la distribución primaria del ingreso, sellando un desequilibrio frente al cual, las políticas públicas con todo su valor, no lograran modificar estructuralmente. Es por ello, que una masa laboral a merced de un trato abusivo no logra levantar cabeza y es el sitio en el cual se incuban pobreza, marginalidad y resentimiento social, que golpean y horadan las bases de la propia sustentabilidad democrática.
La normativa laboral está sobrepasada por el sector empresarial, cuyos ejecutivos y técnicos aprendieron con suma diligencia y resolución los mecanismos y resquicios que le permiten ignorarla, burlarla o anularla sistemáticamente.
Se ha coagulado un sistema jerarquizado de abusos y prácticas marcadas por el afán de rentabilidades leoninas, en una verdadera pirámide de orden y mando para torcer el sentido de las normas legales que protegen a los trabajadores que, finalmente, logra que se pierda el sentido mismo del valor del trabajo para muchas decenas de miles de hogares que dependen de un empleo para vivir decentemente y que se ven obligados a hacerlo en condiciones muy difíciles.
Este es el piso económico y social que la sociedad chilena debe ser capaz de levantar para hacerse cargo de la desigualdad que irrita a amplios sectores y que no puede seguir ensanchándose. Ese esfuerzo redistributivo potenciará a un millón de emprendedores y abrirá nuevas y amplias potencialidades a la clase media.
Aun más, reinstalar el valor del trabajo es un requisito básico para la cohesión social y la salud moral de la nación chilena. No hemos sido, no somos ni podemos llegar a ser una sociedad de especuladores, explotadores o pillos de cualquier tipo de categoría. El trabajo y su valor es el pilar que sostiene la existencia cuando se es parte de una comunidad nacional.
Una de las secuelas más graves del neoliberalismo es la conversión de la actividad laboral en una pesada carga, motivo de agobio e insatisfacción. Cuando se imponen tales conductas lesivas a los trabajadores, quienes caen en ellas, los abusadores creen que es un gran negocio, pues se ganan la plata fácil, a costa de hogares ajenos, pero padecen de una ceguera irrecuperable, pues es el desprecio al valor del trabajo expresado en bajas remuneraciones, en la burla de derechos sociales y previsionales y en la represión a la asociatividad autónoma, que no es otra cosa que sindicatos debidamente respetados.Es el conjunto de aquellas nocivas conductas las que fracturan la paz social.
Por ello, debemos abandonar la burbuja del gran mito y reponer en Chile el valor esencial de contar con un trabajo decente y de familias con dignidad. Se requiere superar la autocomplacencia y bregar por el respeto al empleo, expresado en salario justo y normas laborales confiables, de protección y no avasallamiento de los que viven cotidianamente de su esfuerzo laboral.
Hay que dignificar el trabajo humano.