“Chilean Way” es la manera irónica y cínica que tenemos los chilenos para referirnos a la forma irresponsable de abordar ciertos temas. Para que hacer algo bien, si lo podemos hacer más o menos pero con resultados rápidos y rentables políticamente.
Pues bien detrás de esta coloquial expresión se esconde, al menos para mí, algo mucho menos divertido y bastante más dramático.
Esta irritante expresión, representa la manera como los encargados de la administración del estado y de implementar políticas públicas, ya sea por ineficiencia o por razones ideológicas han logrado sumir a la gran mayoría del pueblo chileno en una eterna agonía de desigualdad, falta de oportunidades y pobreza. Todos estos, elementos característicos del brutal neoliberalismo que predomina en Chile a partir de la revolución derechista de 1973.
Esta forma de hacer las cosas, se expresa de las maneras más brutales y son acompañadas de una falta total de solidaridad, respeto y empatía de parte de nuestras autoridades.
Para que podamos entender esto, analicemos la campaña que ha emprendido el ministerio de Transporte para poder blanquear la ineficiencia total del Transantiago.
Este Ministerio se ha gastado, quien sabe cuántos millones de pesos, en publicitar las cientos de cámaras que se suponen ayudarían a solucionar los problemas de eficiencia del sistema. Han pintado buses para que a los usuarios nos resulte más fácil identificar los recorridos, o se han construidos cientos de paraderos, para que esperemos más cómodos y seguros la micro.
Resultado: las cámaras definitivamente no ayudan a mejorar el servicio ya que los paraderos siguen atestados de gente esperando. Parecería ser entonces más un problema de cantidad de micros que de rapidez en los recorridos.
¿Qué sacamos los usuarios en esperar micros rojas, amarillas o verdes si estas no pasan y de igual manera estamos condenados a esperar eternamente? Perecería lógico pensar entonces, qué la única medida inteligente es mejorar los paraderos, donde los usuarios del sistema tendremos que pasar largos minutos del día esperando micros de colores para que nos lleven a nuestros destinos.
Todo lo anterior no solo es ineficiente, a la luz de los resultados, sino que además es una falta de respeto y un insulto a la inteligencia de los santiaguinos, que estamos destinados a tener que esperar que alguien con un mínimo de sentido común le ponga el cascabel al gato y solucione el problema de fondo.
Está claro que ideológicamente, es impensable para la autoridad que el transporte deje de ser un negocio y que por lo tanto pase a manos del estado. La gran pregunta es cuánto tiempo más los santiaguinos aguantaremos esta falta de eficiencia y de respeto.
Otra forma de demostrar el “chilean way”, es la irritante costumbre de compararnos con el resto del mundo, claro que solo cuando estamos seguros que salimos ganando.
Pero en Chile es por todos sabido que de comparar a comparar salimos para atrás en muchísimos aspectos. Pagamos más caro que nadie por la energía eléctrica, tenemos niveles de contaminación impensados para países desarrollados, nuestra educación es la más cara y segregada del mundo, tenemos un sistema político poco representativo y bipolar que solo incrementa la apatía y falta de participación.
La única certeza entonces que puede tener el pueblo de Chile es que los actuales políticos mal llamados progresistas, son sordos y ciegos a nuestras necesidades. Lo han demostrado en innumerables oportunidades, ley de pesca, reformas en educación, reformas políticas, etc. Por ese lado al menos no se ve solución.
Entonces la pregunta lógica es ¿cuánto más seremos capaces de aguantar los chilenos?, ¿en qué momento el pueblo se aburre y se producirán los quiebres sociales que hemos visto en países europeos?
Entonces ¿cómo avanzamos y cómo hacemos posibles los cambios, que nos tiene sumidos en las inequidades del sistema económico neoliberal?
¿Cómo rompemos nuestra situación de esclavos del consumo, deudas y compromisos de todo tipo, de nuestros trabajos y necesidades de subsistencia personal y familiar?
La grave crisis de legitimidad que hoy tienen los partidos políticos solo tiene una solución, la reforma constitucional. Está claro que el actual marco político no fomenta ni promociona los cambios que la sociedad chilena espera y necesita.
Nos estamos viendo enfrentados a un cada vez más enrarecido clima político, que hace crisis frente a las narices y la indolencia de quienes nos gobiernan.
Lo que ocurre hace décadas en la Araucanía, es otro cruel ejemplo del “chilean way”. Hacer las cosas a medias, poner algo de maquillaje, hacer algo de labor social sin solucionar el problema de fondo.
Cuanta violencia y muerte más tendremos que presenciar, antes de que alguien con un mínimo sentido de compromiso por el bienestar del pueblo mapuche, comience un trabajo serio que solucione las reivindicaciones de esta gente olvidada por nuestras autoridades hace años.
Si seguimos con la idea de que algo se va a solucionar, reprimiendo y utilizando balas de metal, como lo solicitara el señor Golborne, lo único que va a pasar es que tendremos otro Chiapas, en medio de nuestro territorio.
Como siempre, lo primero, lo más fácil y efectista, es tratar de buscar responsables. Bueno lo mejor es entender que los responsables de toda esta violencia no están entre el pueblo mapuche. Ellos en Chile no son Presidentes, no son senadores ni diputados, no dictan leyes, no son responsables de las políticas públicas ni administran el estado.
Ahora bien, está claro que de esta realidad no podemos culpar solo al actual gobierno. Como casi todos los problemas que presenta nuestra sociedad, los responsables son todos aquellos que han tenido a su cargo el manejo del estado y el gobierno.
Estaría bien bueno que los políticos de todos los sectores, dejaran de mirar la paja en el ojo ajeno y comenzaran a mirar la viga en el propio. Y así, solo tal vez, comenzaremos a avanzar hacia soluciones reales.