La renuncia del presidente de RN finalmente no prosperó, pero la imagen de liviandad política que proyecta este hecho va a tener un efecto más duradero que el destino usual de una anécdota. Lo que muestra simplemente es que una reacción emotiva prima en el ánimo del conductor de un partido, por sobre sus deberes básicos. Se trata de una falla grave a la responsabilidad política.
Lo que nunca le está permitido a una alianza de gobierno es cuestionar la autoridad del Presidente de la República.Sin embargo es esto nada menos lo que acaba de hacer, muy suelto de cuerpo, el conductor del partido en el que milita Piñera.
En efecto, quien pone el tema en debate sobre quién es el que gobierna en Chile es Carlos Larraín al decir que esta administración “poco a poco se ha ido convirtiendo en un Gobierno de partido único”. En otras palabras, lo que está diciendo es que, por sobre Piñera, está la opinión última que entrega la UDI.
Lo sorprendente no es lo opinión en sí misma. Al fin y al cabo, esta convicción es compartida por no pocas personas en la oposición. Lo inverosímil es que el responsable máximo del partido de Piñera respalde públicamente todas las versiones opositoras de que contamos con un Presidente con capacidad de decisión condicionada a un partido fuerte.
Lo que acabe de hacer y deshacer Larraín tampoco prestigia a su partido, el cual queda a la altura de un acompañante eternamente ninguneado por su socio. Además, es del todo obvio que nada de lo que haga RN puede revertir esta situación porque, de otro modo, su conductor no renunciaría sino que golpearía la mesa, exigiendo rectificaciones de fondo.
Todavía menos este episodio prestigia a Allamand. Por supuesto, el abanderado presidencial aparece resolviendo un entuerto. Pero hay que decir que demostrar mayor sentido común que Larraín no es una prueba particularmente exigente. Por si fuera poco, el mismo desubicado casi grita desde la azotea que el partido que sostiene la candidatura de Allamand es débil, sometido y ni siquiera le vale conquistar la presidencial porque, igual, la UDI se las arregla para hacer su voluntad.
Lo que nunca ha podido entender la derecha es que, si se quiere hacer una política que la prestigie, ninguno de sus dirigentes puede tratar a un partido tal como si fuera su propiedad privada, en vez de una institución pública.
Lo que hace Larraín es poner a su tienda política al nivel de sus intereses y apreciaciones personales. Nada colectivo prevalece en su conducta.No llama a su directiva. No cita a la comisión política. No realiza gestiones internas. Simplemente comunica su determinación tal como lo haría un patrón con los inquilinos, tras la disputa con otros dueños de fundo.Un espectáculo lamentable, pero ya muy reiterado.
Como ya se dijo, se ha presentado este episodio como un ejemplo del ejercicio de un liderazgo claro de Allamand en una situación de crisis, pero es una interpretación muy discutible de lo que pasó. Este innecesario episodio puede ser analizado, mas pertinentemente, como la creación de una crisis artificial, extrema en su inicio, ridícula en su duración y con un término demasiado obvio. En realidad, mostrar como un logro la resolución de un problema creado por los propios involucrados, no corresponde a la actuación colectiva que prestigie a sus protagonistas.
Larraín se va porque el gobierno está controlado por la UDI, da pie atrás porque en menos de 24 horas es convencido de que se ha inaugurado un nuevo trato en la relación de su partido con el gobierno. Nada de esto es serio. Si el gobierno está controlado por el gremialismo, esto quiere decir que Piñera está manejado por ese partido; si un presidente de partido renuncia es porque la situación no tiene remedio; si para que una situación tan dramática sea superada basta con una promesa vaga eso implica que todo lo anterior es discutible.
Lo que se ha perdido en esta oportunidad es el valor de las palabras y de las declaraciones. O no se cree en lo que se dice o lo que dice es tan poco importante que puede ser retrotraído a la menor señal. Y cuando un líder pierde credibilidad ya no puede cumplir bien con su función.
Larraín renuncia tras la salida de Teodoro Ribera del ministerio de Justicia. Un episodio que sólo podía concluir tal cual terminó. Ahora vuelve.Pero ya no será lo mismo. Quiérase o no, hasta sus más cercanos esperarán que Larraín salga con otro numerito como el que acaba de concluir. Porque no tiene equilibrio. Porque no mostró prudencia. Porque en él no primó el interés partidario. Porque sacrificó lo permanente a lo coyuntural.
Como sea, Carlos Larraín vuelve a su puesto, pero nada es igual que antes. Su figura es más pequeña; sus palabras tienen menos valor cuando las pronuncia; su partido quedó más debilitado.
En RN tendrán que cuidarse de él, en vez de esperar que él cuide del partido.Desde fuera hay solo una recomendación que se le puede hacer a este partido de derecha: vayan buscándose otro presidente.