En mi columna anterior argumenté que, para la elección municipal que acabamos de vivir, había que tener poca fe en la capacidad predictiva de las encuestas. Ello debido a que el escenario político producido por el voto voluntario, sería difícilmente capturable por una industria acostumbrada a un padrón electoral cerrado y con poca variabilidad.
Ciertamente, los resultados electorales de diversas comunas confirmaron mi hipótesis inicial. El factor clave, argumentan casi todos, es que la abstención superó todas las predicciones y cálculos.
Ahora bien, aprovechando la merma en su credibilidad, diversos analistas han comenzado el ejercicio de denostar y demonizar a la encuestología. Se ha sostenido que los estudios de opinión son “instrumentos de poder”que reducen la “capacidad de reflexión de la ciudadanía” y que, muchas veces, son parte de un proceso de manipulación de la sociedad liderado por los actores más influyentes de la vida política nacional.
A mi juicio, estos argumentos resultan completamente exagerados, debiendo distinguirse claramente entre la encuestología-como técnica científica- que busca dar cuenta del estado de la opinión pública en un determinado momento, y el uso que los partidos políticos, candidatos y, especialmente, medios de comunicación, hacen de este instrumento.
Respecto de la encuestología, se debe reconocer que ella, hasta antes de esta elección, y a partir del retorno a la democracia, había alcanzado una capacidad predictiva bastante impresionante, siendo muy pocas las encuestas serias cuyos pronósticos se alejaran más allá del margen de error de los resultados electorales definitivos.
De hecho, las encuestadoras más serias –CEP, CERC, entre otras- o bien no realizaron encuestas en esta elección, o mantuvieron silencio respecto de los resultados obtenidos, por lo que claramente no pueden ser criticadas o cuestionadas aún por falta de rigor.
Asimismo, se hace necesario poner de manifiesto el gran cambio que significa la voluntariedad del voto y el mayor grado de incertidumbre respecto de los votantes efectivos que esta modificación introduce.
Pocos, en estas elecciones, se dieron el trabajo de ponderar sus resultados por variantes demográficas que permitieran establecer cuán probable era que cierta persona fuera a votar, pero quienes lo hicieron, se basaron en modelos y supuestos extranjeros (la abstención se reduce a los más ricos, los más educados, los más extremistas, y a los que enfrentan elecciones muy competitivas), que resultaron no ser completamente correctos para analizar la realidad chilena.
En este momento, todas las empresas encuestadoras que desarrollan estudios de carácter político,deben estar sacando diversas conclusiones respecto de la forma en que deberán trabajar de aquí en adelante.
Así, es posible argumentar que el futuro de la encuestología chilena apuntará a la elaboración de modelos que permitan cuantificar las posibilidades de que una persona vote o no, lo que redundará en resultados predictivos más ajustados a la realidad.
Más aún, cada empresa deberá determinar si estos modelos son replicables en elecciones municipales, parlamentarias y presidenciales, o si, por el contrario, existen especificidades en cada uno de estos procesos que ameritan ajustes más o menos severos a los modelos y variables utilizadas.