“Las enfermedades de la democracia sólo se curan con más democracia” fue la frase que le dijo Harry G. Barnes Jr., embajador del Presidente Ronald Reagan en Chile, a Pinochet durante su presentación de cartas credenciales, con que lo notificó que su diplomacia sería una “agresiva promoción” de la democratización de Chile.
Llegó a Chile en julio de 1985 y desoyendo las normas del protocolo, antes de saludar oficialmente al militar Jefe de Estado, acompañó a los líderes de la oposición a la ceremonia religiosa en la que se estaba velando los restos del fotógrafo de 19 años, Rodrigo Rojas Denegri, quemado con lanzallamas por una patrulla militar durante la brutal represión a las protestas populares.
Cuando, con ocasión del conteo definitivo del triunfo del NO el 5 de octubre de 1988, al Dictador se le pasó por la cabeza la peregrina idea de disfrazar comandos como policías y organizar ataques falsos para provocar disturbios y un nuevo golpe militar, Barnes avisó inmediatamente al Departamento de Estado, que reaccionó sin vacilaciones llamando al Embajador de Chile ante la Casa Blanca expresándole su grave preocupación. Todo en menos de una hora para desarmar una conspiración.
En su país tenía enemigos: el ultraconservador senador Jesse Helmes, quien lo acusó de “plantar la bandera americana en medio de la actividad comunista”.
En esa época me desempeñaba como corresponsal de El Informador de Venevisión de Caracas y la cadena HBC Telemundo de Estados Unidos. Entrevisté a Barnes durante más de una hora en los estudios de la Voz de América en la antigua sede de la Embajada de Estados Unidos en calle Agustinas.
“Con la misma decisión con que estimulamos la democracia en Polonia apoyando a Walessa y al sindicato Solidaridad, lo estamos haciendo en Chile con el Comité por las Elecciones Libres”.
En esa entrevista, Barnes dejó patente la decisión del gobierno del republicano Reagan de “quitarle el piso” al régimen que había ayudado a instalar en 1973 el republicano Nixon con su canciller Kissinger.
Su carrera diplomática en todo el mundo lo puso en roles protagónicos de procesos de profundas transformaciones. Elliot Abrams, secretario de Estado Adjunto para asuntos interamericanos lo calificó como un “embajador de clase mundial”.
Se retiró del servicio exterior justo en 1988. Luego pasó a la Academia y a colaborar con las actividades de Derechos Humanos del Centro Carter desde 1994 hasta el 2000.
Falleció este 9 de agosto en Lebanon, New Hampshire, a los 86 años de edad.
Durante los tres años que se desempeñó como Embajador en Chile, Harry Barnes dejó una marca indeleble en los episodios que fueron forjando el triunfo de los demócratas. Lo recordaremos siempre por su sensibilidad humana y por su coraje libertario.