Chile hoy es un país soterradamente angustiado. Es triste observar como se ha deteriorado la convivencia, la ética y la estética durante las últimas décadas. Basta viajar en el metro, o manejar a través de Santiago, a las horas de mayor atoche, o competir en las colas de consultorios, bancos, Isapres, para experimentarlo.
La filosofía de la mayoría es simple: “¡yo primero!”, y como sea, es decir, no importa la tercera edad, las embarazadas, ni los niños, o, en el caso del manejo, los riesgos que generan esta ansiedad y este egoísmo.La cantidad de accidentes de tránsito que suceden son otra triste prueba de que algo anda mal con la actitud cívica de chilenos y chilenas. Las ciudades, y en general el entorno nacional, se ve basureado.
¿Por qué chilenos y chilenas ensuciamos nuestro propio país y entorno, calles y veredas, playas, parques nacionales?
¿Por qué se ve tan rayado, pegoteado, y agredido… tan feo, el ambiente en tantas comunas de tantas ciudades, e incluso en los espacios más naturales del país?
¿Qué es lo que pasa? ¿Es esto ‘necesario’, inevitable? ¿Es ‘culpa’ de la gente?
Pienso que esta falta de cuidado, de cariño con lo nuestro es un efecto, no una causa.
Como un efluvio social negativo, autodestructivo, delincuencia incluida, que emerge de un país adolorido, resentido, endeudado ‘hasta la camisa’, profundamente deteriorado social y culturalmente.
Una vuelta de mano. De individuos que no nos sentimos queridos y protegidos, sino, por el contrario, agredidos por la sociedad; por la innecesaria pobreza, por la precariedad de los servicios públicos, o el abuso de los privatizados; por la contaminación; por la fealdad de condominios y barrios levantados con una falta de consideraciones éticas y estéticas escandalosa… mientras ‘al otro lado’ se levantan fastuosos condominios amurallados, rehenes de la pobreza.
Agredidos por la inequidad, la segregación… justamente, en el acceso a la educación, a la cultura, a la recreación, a la belleza, a la real calidad de vida.
Agredidos por el crónico autoritarismo y centralismo elitista, por la imposibilidad de participar en decisiones que impactan directamente nuestras vidas.
Quizás el elemento determinante de este síndrome es la sensación de no ser partícipe, de que no nos dejan ser parte de… Sentir que el país no es nuestro, que la ciudad, la calle, la vereda, las autopistas, la playa, la quebrada, los ríos, los lagos, las aguas, los bosques… Que nada nos pertenece.
Esta sensación que tenemos tantos chilenos y chilenas de que nos robaron el país y todo lo que contiene. Un país oficialmente ajeno, transnacionalizado, usurpado. Ni siquiera el Estado es nuestro. No nos cobija, no nos cuida, no responde a nuestros clamores.
Al contrario, cuando la comunidad se levanta lúcidamente porque una combinación de Estado/Corporación quiere cometer otro atropello, desgarrar aún más tejido social, contaminar aún más el ambiente, generar otro mega-negocio privado a costa de la degradación de la economía local, entonces esa comunidad se transforma en “grupo de presión”, y se envía a las fuerzas especiales a sofocar a golpes y gases su voz y sus legítimas demandas.
Cuando el Presidente Piñera en su discurso del 21 de mayo dice “… ningún obstáculo o grupo de presión, por fuerte o poderosa (sic) que sea, me desviará del objetivo de cumplir mis compromisos con los chilenos”, nos preguntamos a que grupos se refiere, y con quienes está tan comprometido.
Porque mucha minucia respecto de obras sociales que ayudan microscópicamente, pero cero referencias a las patologías estructurales que hacen que Chile siga siendo inevitablemente rehén de las corporaciones y sus negocios; una sociedad piramidal sin rostro, cultural y espiritualmente anómica… la antítesis de una comunidad horizontal en que se siente que todo de alguna manera es colectivamente propio, y se cuida y ama como tal.
¿Cómo se revierte esto? Actualmente en el mundo muchas personas están evolucionando a pesar de las sociedades en que viven.
Ojalá que estas multitudes alcancen la ‘masa crítica’ que nos permita dejar muy atrás esta primitiva disfuncionalidad que no deja que florezca plenamente el genial potencial sinérgico, generoso, bondadoso, artístico y risueño de la humanidad.