El Senado aprobó el día 10 de mayo una ley de la más alta importancia: la norma legal contra la discriminación. La contienda entre oposición y Gobierno dio paso a un acuerdo para que se lograra la unanimidad y si bien se ha producido anteriormente en otras materias, en este caso se trata de un tema de profundo sentido republicano y de enorme contenido ético.
La sociedad chilena pasa por un momento difícil y lo que es peor, no hay ni un diagnóstico común ni una propuesta consensuada para resolver la antinomia partidaria y la indignación frente a todo lo que provenga de las autoridades o poderes legislativos.
Hay hechos de la causa, que todos comparten. Ambos conglomerados políticos no alcanzan a reunir el 50% del electorado chileno. La mayoría de los encuestados está en una posición de rechazo nihilista que es un pésimo signo, porque no se conoce su orientación y queda abierta a cualquier influencia.
El ansia de poder de los aspirantes a cargos elegibles ha superado todo lo visto en años anteriores y es la principal causa de los conflictos.
Por eso mismo, no hay proyectos ni programas sino sólo aspiraciones que llegan al ridículo para plantear sus puntos de vista o colocarse en primera línea en todo o adorar lo que quemaron en tiempos pasados.
Finalmente, la carencia de la exigencia ética de hablar, vivir y actuar coherentemente enerva e irrita. En general todos los partidos viven este drama y no se ven las acciones necesarias para corregir o sancionar. Todo vale en esto de jugar hoy para ganar en 4 o 6 años aunque se pierdan oportunidades para las respectivas coaliciones.
En este marco la política no entusiasma ni lidera y sólo a los que vivimos tiempos aciagos, nos preocupa porque los nuevos tiempos se parecen mucho a la década del 70 aunque, cuando se menciona esta similitud se nos acusa de terroristas y creadores de alarma. Sobre todo ahora que el dinero es más fuerte.
Por eso mi satisfacción por lo aprobado en el Senado.
Además porque creo que es la hora de pensar en una suerte de Acuerdo Nacional en todo el arco político, que no enajene los programas propios pero que nos permitiría hacer de la controversia un “juego limpio”.
Saber quienes realmente sienten la Democracia es siempre útil.
Morigerar el lenguaje es también un avance.
Darle seriedad al debate y pensar primero en Chile nos bastaría para restablecer la serenidad.
Y en ella una mayor paz social y política.