Por tercera vez, de manera pública, el Presidente de la República debe intervenir para frenar la disputa por la candidatura presidencial de la derecha, con vistas a las elecciones del año próximo.
Tarea nada fácil. El resultado negativo de las encuestas impone a Sebastián Pinera un reducido margen de acción. Su fuerza como mandatario se ha reducido y, también, su eventual ascendiente sobre los involucrados ya no es el mismo.
El almuerzo del pasado viernes en La Moneda debe haber sido muy ingrato para la autoridad presidencial. Hablando en términos gastronómicos los nuevos y/o antiguos peces gordos de la derecha ya no tienen ganas que les digan lo que deben o no hacer.
Ya poca falta les hace Pinera en sus planes y si este último prescindiera de sus funciones como ministros, piensan que el gobierno se debilitaría más de lo que está.
O sea, creen que el gobernante aunque no esté conforme ni a gusto se debe resignar a seguir contando con su presencia en el gabinete. Ante un Presidente débil se han convencido que pueden hacer primar su voluntad, es decir, el interés de sus precandidaturas.
Esta es una situación muy inconveniente para el país y muy delicada en un régimen presidencial como el nuestro. Que los ministros se impongan al Presidente distorsiona completamente el ejercicio de la tarea de gobernar en un sistema presidencialista.
De hecho la evidente dualidad en las palabras del ministro vocero son un monumento al doble estándar; por una parte, señala que el Jefe de Estado ha ratificado sus anteriores instrucciones y, por otra parte, dice que “no vamos a esconder los ministros”.
Incluso más, parece vocero de la UDI y no de gobierno cuando afirma “no va a haber ninguna restricción de actividades”. O sea, al final el almuerzo de emergencia se hace para salvar las apariencias y todo seguirá igual y los despliegues de campaña usando los ministerios, el gobernante ya no los puede prohibir. Triste y lamentable.
Por eso, la Contraloría General de la República no puede dejar de aplicar su propio instructivo sobre la materia. De lo contrario su imparcialidad quedará severamente cuestionada.
La tradición democrática y republicana está en riesgo. Fuerzas poderosas sobrepasan la voluntad presidencial. Las ansias de aferrarse al poder en el seno de la derecha parece ser que son incontrarrestables.
Son precisamente aquellas las que no permiten que se de la solución más simple, directa y sencilla: que la inevitable lucha por la sucesión en el liderazgo de la derecha se juegue fuera del gabinete y no se confundan las tareas nacionales de gobierno, con las urgencias inmediatas para quedar bien parado en la próxima encuesta.
Esta falta de estatura republicana llevará a la derecha a la derrota en las próximas elecciones presidenciales.