La última encuesta Adimark reflejó un 64% de aprobación ciudadana en materia de “relaciones internacionales”, observándose una clara tendencia a la baja de esta valoración en los últimos meses.
De la misma manera, no sorprende constatar que el canciller Moreno nuevamente no aparece entre los ministros mejor evaluados, siendo que históricamente los ministros de Relaciones Exteriores han sido figuras de connotación pública, aunque en su defensa cabe recordar que hubo Cancilleres cuya exposición mediática fue excesiva.
Pese a la baja observada, Cancillería sigue teniendo una mejor evaluación que otras carteras.
¿A qué se debe esta situación? ¿Qué origina que la labor de la Cancillería sea mejor evaluada en comparación con la gestión de otros Ministerios?
Con todo, la Asociación de Diplomáticos de Carrera considera que este alto apoyo ciudadano se debería a la confusión de la opinión pública sobre el concepto mismo de relaciones internacionales (se lo asocia a giras y/o visitas presidenciales o de autoridades de Gobierno nacionales y/o extranjeras); a un acendrado nacionalismo o simplemente, desconocimiento, entre otras posibles causas.
¿Por qué se observa una tendencia descendente en las tres últimas encuestas de Adimark?
Es una interrogante que implica un desafío que debemos enfrentar y que nos obliga a reflexionar sobre la necesidad de un Estado y una Cancillería moderna.
En ese contexto, es importante que los diplomáticos de carrera estemos propiciando legítimamente que en una o dos generaciones, el ministro de Relaciones Exteriores sea seleccionado del Servicio Exterior.
No parece sensato que desde la constitución de la Cancillería (1871) sólo tres Cancilleres hayan provenido de la carrera diplomática.
Las relaciones internacionales son un asunto serio y riguroso, que requiere experiencia, especialización y prospectiva.
Negociar, informar y representar al país exigen que el titular de la Cancillería conozca este arte y profesión denominado diplomacia. No podemos continuar con designaciones de Cancilleres que sean consecuencia de la amistad, de los vínculos familiares, políticos y/o empresariales.
En virtud de lo expuesto, esta costumbre o práctica de nominaciones tanto de Cancilleres como Embajadores debe evolucionar con los años, pues no podemos seguir improvisando ante un escenario internacional y vecinal de creciente complejidad que amerita personas especializadas en sus funciones.
Una generación de espera es suficiente.