El Senado, aprobó la reforma que establece la inscripción automática y el voto voluntario en Chile. La ley provocará un cambio significativo en el universo electoral chileno, ya que se calcula que el número de votantes crecerá en 4,5 millones de personas, lo que implica un aumento en el 55% del padrón electoral.
Es un paso importante en el perfeccionamiento de nuestro sistema democrático, pero no es lo fundamental.
La reforma estableció la voluntariedad del voto.Personalmente creo que el acto de votar, no es sólo un derecho que se pueda ejercer voluntariamente. La libertad del voto voluntario, no tiene que ver con la expresión de ideas o de opinión, sino con la libertad de ser miembro de la comunidad democrática de un país.
Por tanto tiene relación con reconocer el “deber” que tiene el hecho de ser ciudadano y la participación en los asuntos públicos. El derecho a voto consagrado por la Constitución, conlleva deberes inherentes al ejercicio de la democracia.
Los derechos y deberes políticos son irrenunciables en la medida que se es ciudadano y miembro de una comunidad democrática. Por lo que no es una cuestión a la que un ciudadano pueda renunciar o dejar de cumplir según su voluntad o interés. Por el hecho de pertenecer a un país, de ser ciudadano, se tiene el deber irrenunciable de participar en los destinos de éste.
Pero es una realidad en muchas democracias que tienen voto voluntario. En ellas se presupone que los ciudadanos tienen un alto grado de educación y conciencia cívica, que tienen internalizado el deber de participar en el acto electoral, sin que medie una ley que los obligue.
Ello es fruto de una conciencia que no confunde el deber ciudadano, con el individualismo de decidir si vota o no. De lo que se trata por tanto, es generar una cultura cívica que internalice el carácter irrenunciable del derecho y deber de votar.
Desgraciadamente no es el caso de Chile, en que por diversas razones, desde la recuperación de la democracia, el padrón electoral se fue reduciendo drásticamente, hasta llegar a la situación actual en que casi 5 millones de personas no están inscritas en los registros electorales.
Ese fenómeno no solo se produjo por la dificultad de inscribirse o por la obligatoriedad de votar, sino que obedece a causas más profundas, tiene que ver con la desafectación de la política, con el bajo nivel de aprobación que muestran los partidos políticos, sus representantes, parlamentarios, instituciones.
Tiene que ver con que hay un malestar inmenso en la sociedad, que se expresa en que el acuerdo institucional pos plebiscito, que posibilitó la transición a la democracia, se agotó.
Además, no podemos obviar que los niveles de desigualdad que tiene el país son intolerables, y finalmente, que la gente está mejor informada, más empoderada de sus derechos, y no está dispuesta a seguir callando.
Hoy los descontentos se manifiestan, salen a la calle, protestan, pero también hacen propuestas y quieren soluciones definitivas a sus problemas. Quieren ser escuchados y participar en las soluciones. Ese es el ejemplo que durante todo este año 2011, nos dieron los estudiantes, y otros sectores sociales que hicieron presente sus históricas demandas.
En un escenario como este, sino trabajamos por producir un cambio drástico y fundamental en el sistema político, difícilmente podremos atraer a un nuevo contingente que potencialmente se incorpora a ser electores, de que participen voluntariamente en las elecciones, si les ofrecemos, el mismo sistema electoral binominal, la misma Constitución, el mismo sistema de Partidos.
La verdadera reforma que necesitamos, va más allá de un cambio en el sistema de votaciones, consiste en generar un nuevo pacto para un nuevo período histórico, que de cuenta de las transformaciones que el país reclama y de las reivindicaciones que hoy se expresan masivamente.
La Ley que acabamos de aprobar, es un paso pero no soluciona los problemas de fondo.
Las grandes reformas políticas que Chile necesita, continúan pendientes.