La situación de la democracia chilena es difícil. No porque los estudiantes y los indignados salgan a las calles, sino por causas más profundas, frente a las cuales percibo que los políticos permanecen estupefactos o, más precisamente, desconcertados en todo el sentido de la palabra.
Cerca del ridículo, la guinda de la torta ha sido la acusación ante el tribunal Supremo del Partido Socialista en contra de Jaime Estévez por “discriminación a los hinchas de Colo-Colo”.
Todo revuelto y confundido, a partir de lo que fue un pacto semi público hace más de 20 años, en el cual los políticos opositores a Pinochet acordaron aceptar las normas constitucionales y entrar en el juego que el régimen imperante ofrecía como proyecto para Chile.
Era difícil que el escenario fuera diferente del actual si acaso se siguiera ese camino.
Por cierto, parecía razonable, especialmente porque lo que figuraba como alternativa era la violencia encabezada por el Frente Manuel Rodríguez y justificada y apoyada por el Partido Comunista y otros grupos.
Los dirigentes que eran partidarios de la vía pacífica no contemplaron siquiera la propuesta de algunos de nosotros de llevar adelante una rebelión inspirada en la “no violencia activa” como estrategia de derrocamiento de la dictadura.
Pero, dejemos eso de lado, pues más parece lamento que otra cosa.
Hemos llegado al escenario temido: la democracia incipiente no sólo ve frenado su desarrollo y expansión, sino que está en peligro por el riesgo de que emerjan líderes populistas del estilo que ya hemos visto en la historia de América.
¿Cuáles son algunos de los problemas políticos del momento?
El primero es que los dirigentes han renunciado a su condición de tales para auto asumirse como clase política y cúpulas que operan guiadas por encuestas.
Es decir, en lugar de señalar una ruta, siguen las aguas de una “opinión pública” manipulada por los medios de comunicación con más poder en la sociedad.
No hay propuestas, sino sólo reacción es que deben agradar a las mayorías que se manifiestan en los sondeos de opinión. Entonces, no se ve iniciativa, sino que sólo respuestas acomodaticias.
Segundo, los enclaves autoritarios de la Constitución Política mantienen el poder en las minorías, con una distorsión evidente en la representación electoral.
Tercero, la extensión de la idea de que en democracia sólo hay derechos más que deberes lleva a lo absurdo de una inscripción automática (llena de fallas prácticas y casi inservible) y al voto voluntario que debilitará aun más la participación democrática.
Ambas, la inscripción y el voto, deben ser obligatorios, pues la democracia se alimenta de la participación de todos, aunque el ciudadano pueda expresar su libertad votando nulo, en blanco o por el candidato que quiera.
La ausencia de mecanismos de participación política organizada, lo que entrega a la audacia de las asambleas y el entusiasmo de las marchas la conducción de los temas de la agenda política.
Es así, entonces, que la crisis de la educación aparece denunciada por los propios actores que la tienen en el estado en que se encuentra y no parece haber solución para ello.
Finalmente, si revisamos los planteamientos que se hace hoy por parte de los manifestantes, nos encontramos con frases hechas e ideas generales atractivas, no siempre con sustento real, con descalificaciones radicales a todo el que no esté de acuerdo con ellos, centradas en temas económicos.
Por ejemplo, en el tema del lucro se estigmatiza al que quiere ganar dinero con la educación, pero se permite que se negocie con el Estado en todos los demás temas sin que exista una verdadera preocupación por ello.
Cuando se hace ver esta situación, los ejemplos que se usan para descalificar las empresas educacionales que ganan dinero son situaciones extremas de codicia y lucro excesivo y aberrante.
Estamos contra la codicia y el lucro aberrante, pero no contra la idea de que las personas lucren con su trabajo, su esfuerzo y sus inversiones en forma justa y moderada. En educación, en salud, en previsión, en el comercio.
No hay espacio para abordar otros aspectos por ahora. Ya me referiré a ellos en próximas columnas.
Por ahora digamos: es hora de abrir la democracia y comenzar a discutir los temas sustantivos, garantizando participación.