Es la decadencia de la política realmente existente.
La que practica la elite en el poder y sus apoyadores en función de sus intereses corporativos y particulares.
La de aquellos que por años negaron el valor de la cosa pública, y la reemplazaron lisa y llanamente por la represión y el engaño.
El ejercicio de la fuerza sin legitimidad es poder desnudo. Rebaja esta vital actividad y no la aprecia, porque no cree en la capacidad de la sociedad y sus ciudadanos de autogobernarse a sí mismos, sin tutelas policiales, amenazas, manipulaciones mediáticas.
Tampoco cree en que sea bueno y útil que los ciudadanos participen, deliberen, tengan otros puntos de vista que los suyos.
Para ellos es una lástima que los sujetos consumidores o sujetos-billeteras se las den de ciudadanos, y emitan o expresen en las calles su parecer.
Su destino es claro: consumir, embelesarse con las novedades televisas o futboleras, endeudarse, privatizarse.
Ellos quieren que la sociedad funcione como un cuartel o una empresa, donde ya sabemos quienes mandan.
Entienden por política la anti-política, es decir, el gobierno de los intereses particulares amparado a final de cuentas, en la fuerza o la manipulación desinformativa.
Por eso su temor a una ciudadanía más ilustrada.
Por eso su conveniencia en que no tengamos una cultura política pública basada en una asunción real de una ética de los derechos humanos, y una educación cívico-política que empodere a los habitantes de esta larga faja de tierra y no haga tabla rasa de la memoria del pasado.
Es la implementación después de tantos años ya, de la anti-república. La mayor parte de ellos se dicen, además, liberales, sin aclarar mucho en verdad en qué están pensando cuando lo dicen.
Aunque, sabemos que en todo liberalismo real hay una importante cuota de desconfianza hacia los ciudadanos; hacia una participación muy enérgica de éstos en la cosa pública, a que les ocupe demasiado tiempo y no dediquen buena parte de sus esfuerzos al emprendimiento comercial, a la producción, al trabajo o el consumo.
En el último tiempo somos testigo de varias “perlas” que grafican esta decadencia.
Una que impacta tiene que ver con el uso de sucesos trágicos en principio evitables (33 mineros, Juan Fernández), para catapultar a algunos personeros de gobierno hacia una eventual presidencia vía encuestas y la complicidad de los medios de comunicación manejados por una minoría. Impresentable.
¿Habrá entonces que esperar (o, peor aún, inducir) nuevos sucesos trágicos, sea para mantener la popularidad de los ya en carrera o eventualmente, impulsar nuevas candidaturas?
Es la política como mero espectáculo. ¿Será eso política democrática?
Segundo, se ha informado por algunos medios de los ribetes de la discusión a puertas cerradas de la ley de pesca y las cuotas de captura de los recursos marinos que, en principio, obviamente, como no, pertenecen a todos los chilenos.
Nos hemos enterado que sólo siete familias empresariales serían dueñas y/o manejan el 76% del sector pesquero nacional.
Para eso, por supuesto, se requiere un fuerte lobby con los ministros del área economía, claro está.
Es decir, con el poder político. Impresentable.
Tercero, nos enteramos que el gobierno quiere poner más”mano dura” de la ya aplicada hasta ahora (con las consecuencias fatales de la muerte de un joven de 16 años; pero bueno, un mero daño “colateral”…), respecto a manifestaciones públicas estudiantiles o no y eventuales saqueos.
Sin embargo, ¿se piensa aplicar esta nueva legislación represiva también al saqueo de cuello y corbata que ejercen las tiendas del retail o los bancos, con sus clientes?
¿Se aplicará a las transnacionales que lucran con nuestros recursos naturales y depredan el medio ambiente para la obtención de una ganancia cortoplacista?
Estamos cansados de tanta “originalidad”.
Ahora de nuevo escuchamos la palabra “cáncer” para referirse a cierta delincuencia y cierto tipo de violencia.
Por favor, ese término ya se usó para el golpe de Estado, y en ese entonces el “cáncer” estaba representado por personas y familias chilenas que cometieron el gran “pecado” de creer y apoyar otro proyecto de sociedad para el país.
De muchos de ellos aún no se conoce su paradero. A propósito de búsquedas y descansos póstumos tan presentes en la prensa y los medios este último tiempo. Impresentable.
Cuánta falta nos hace una institución como el ombudsman en Chile. A lo mejor podría contribuir más a la paz social que algunos poco útiles parlamentarios.
En verdad, el único “cáncer” que corroe nuestra sociedad e impide una real vida democrática, está representado por las escandalosas desigualdades que presiden el acceso a los medios de comunicación, al poder, al saber y al tener que nos distingue como país.
Pero bueno, no se puede pedir mucho más cuando, como dice C. Lasch, “la única finalidad de la política es la de vender su liderazgo al público”, es decir, la política como espectáculo. Con esto, de paso, se queda sin criterios inteligibles para definir las metas de políticas específicas o evaluar el éxito o fracaso de su gestión.
De aquí a su decadencia pues, no hay más que un paso.