Parafraseando a Porfirio Díaz, solo correspondería decir: “pobre Democracia Cristiana: tan lejos de Dios y tan cerca del Partido Comunista”.
Tras la declaración de Carolina Tohá de la ampliación de la Concertación -Partido Comunista incluido- hacia la extrema izquierda, la situación es compleja para los democratacristianos.
Dicho partido ha resentido este inconsulto anuncio con incomodidad, pues tal reacomodo la deja en el peor de los escenarios: sin claridad hacia dónde ir.
Intuye la DC que no quiere ir a la derecha, pero sabe a su vez que tampoco es bienvenida en la izquierda.
No tiene mucho sentido esperar que la quieran allí. Su declaración de principios se centra en la liberación humana por medio del concepto cristiano de la vida, conforme al cual el hombre solo puede obtener su pleno desarrollo espiritual y material.
Ello difícilmente puede tener en común, doctrinariamente hablando, algo en común con el mundo laicista y aun declaradamente marxista de la izquierda chilena.
Que conste, no hay demonización en lo que expreso, sólo constatación de contradicciones, y en esos términos las definiciones doctrinarias de Maritain –un aristotélico-tomista de aquellos que creían en la Moral Natural- y sus inspiradores se asemejan más a la centro-derecha que a la izquierda.
Por más que en Cieplan hayan intentado establecer un nexo intelectual entre la “nueva izquierda” y la DC, no pueden sino llegar a la conclusión que los nexos entre ambas son tan febles, que no puede descartarse la “mera coincidencia” como la fuente de alianza de ellas.
Y, con honestidad, solo se explica tal pacto por el tan vilipendiado sistema electoral binominal… malditas curiosidades del destino.
Así las cosas, y siendo francos, la razón de la unidad entre democratacristianos y socialistas, y su convivencia en la Concertación de Partidos por la Democracia, tiene -o más bien tuvo- nombre y apellido: Augusto Pinochet.
La DC y la izquierda construyeron en torno al tema de los derechos humanos y la oposición al régimen militar una estructura que les permitió alcanzar el poder en 1989 por la vía de las urnas, derrotando al régimen en las urnas, y de paso a la tesis armada del Partido Comunista y Gladys Marín reflejada en la Revolución Popular de las Masas.
¿Por qué, tras el “accidente Pinochet” –como lo denomina Armando Uribe- se quedó la DC en la Concertación, al lado izquierdo de la delgada línea roja?
Simple, conveniencia y, por qué no decirlo, resignación política.
La Concertación fue, mientras Pinochet era figura relevante, la coalición política más eficiente en términos electorales que recuerde la historia de Chile.
Y en ella la DC podía asegurar congresistas, ministros, jefes de servicio y mantener cuotas de poder en La Moneda, aunque –digámoslo- en los últimos 10 años debieron resignarse con ser los “parientes pobres”, en los gobiernos de Lagos y Bachelet.
Ciertamente, tal condición les generó escisiones y fisuras relevantes y perjuicio en las urnas, que evidencian hasta hoy.
Hoy el futuro de la DC es complejo.
Sus socios de la izquierda no están perdiendo tiempo y buscan la unidad entre el “mundo social” del PC -entiéndase por ella a Camila Vallejo, Jaime Gajardo, Cristián Cuevas y todo aquel que pueda convocar un paro o protesta contra el sistema- , a Navarro y su MAS; a Aguiló y su PAIZ y, si todo les saliera bien, a Marco Enríquez-Ominami quien venderá cara su incorporación a ese bloque pero, pienso, más temprano que tarde volverá a casa.
La DC sabe que este pacto le es letal. Sabe que parte importante de su electorado no le permitirá ir en collera con la izquierda extrema, y sabe asimismo que quienes la apoyan tanto en Chile como en el extranjero, la Konrad Adenauer entre ellos, no verán con aprecio esta expansión de la oposición hacia la extrema izquierda explicitada en la carta de Tohá.
Frente al giro a la izquierda, y a la insinuación de prescindir de ella, tal vez la DC se permita la oportunidad de replantearse en sus alianzas futuras. Pero, seamos honestos, para que aquello ocurra es condición necesaria el fin del Binominal o al menos su adecuación.
De lo contrario, y salvo que estuviese la DC dispuesta a pactar con la Coalición por el Cambio, la “tercera vía” resulta impensable, y liberarse de “socios” que ya no los quieren, imposible.
Aún al costo de seguir siendo el accionista chico, ese que hace pataletas en las juntas y que, en el fondo, es mirado con menosprecio por sus pares.
En ese escenario ¿qué hará la DC?
¿Seguirá su impulso natural de salirse de esta alianza con la izquierda, que al final del día le resulta ajena, de una “convergencia opositora” –mal nombre, por cierto, pues solo tiene sentido en la oposición y nunca en el poder- que cada vez se radicaliza más y más hacia la izquierda?
¿Patear el tablero? ¿Pactar con la centro-derecha?
Difícil dilema. Su actual directiva tiene la palabra.