Más allá de los comentarios de fondo que amerita la designación de ex candidatos derrotados como funcionarios públicos, tema que amerita una columna en sí misma y que –anticipo- me parece una materia para nada escandalosa, sino atendible en el mérito del cargo y de las capacidades del propio funcionario, quisiera detenerme en un fenómeno que se ha vuelto cada vez más habitual, infortunadamente hablando. La de apelar al “empate moral” cuando la denuncia termina, como un boomerang, devolviéndose contra el denunciante.
Pudiéramos denominar la “teoría del empate” a la justificación de que todo lo que se está haciendo mal por parte de una autoridad, cualquier irregularidad o escándalo se justificaría porque situaciones anteriores, del propio acusador, han sido del mismo calibre.
Un ejemplo. Diputado “X”, pongámosle Gabriel Silber por nombrar a uno, acusa la existencia de un trato aparentemente injustificado, de contratar como funcionarios en el gobierno a ex candidatos derrotados. La denominó “Beca Piñera”.
Por cierto, el Diputado X omite que su hermana, llamémosla “Y” –aunque todos sabemos que se llama María Margarita Indo Romo- fue candidata a alcaldesa por la comuna donde X es diputado… y que cuando perdió, recibió la que podríamos denominar “Beca Bachelet”, esto es haber sido contratada por Sercotec el 1 de abril de 2009 por la entonces gerenta, a quien denominaremos “Z”, doña Cristina Orellana, cónyuge de… ¿adivina Ud.? Sí, del diputado “X”.
¿Qué debería alegar Silb…, perdón, el diputado X ante esto? Algo como “lo que intenta la derecha es desplegar un empate moral donde no lo hay, porque las irregularidades de este gobierno…” y seguir denunciando.
La falacia del “empate moral” no es sino la negación de la bíblica expresión de “mirar la paja en el ojo ajeno y no la viga del propio”, o si se prefiere en términos más mundanos, de la lógica que los abogados conocemos como “ubieadem ratio, eademdispositio” (donde hay una misma razón, debe haber una misma disposición).
Es absurdo suponer que la crítica sea válida respecto de las actuaciones del contrario pero al mismo tiempo inválida cuando el afectado es el sector al cual pertenece el denunciante.
Es una contradicción de principios. Al final, una falacia sustentada en el principio aristotélico de la no contradicción: nada puede ser y no ser a la vez.
Esa clase de ejercicios, apelar al “empate” cuando se denuncia al denunciante, cuando se le “pilla” en un renuncio, tiene por objeto un resultado bastante discutible.
Apelar a la “igualdad moral” supone un escenario en el que todos resultan culpables y por lo tanto ninguno lo es realmente, y en el que la única víctima, de las dos “partes”, entre dos fuegos igualmente perversos, es el pueblo, que contempla estas anomalías. Es esta clase de reacciones, como la de los defensores de Silber, los que incrementan la deslegitimación de lo político.
Sin duda, todo hecho de corrupción es reprobable. Pero el furor mediático de quienes se aprontan a abandonar la oposición para llegar al gobierno –de la mano de Bachelet, porque solos no podían- tiene y tendrá un solo objetivo, instalar la percepción de que las cosas realizadas durante este gobierno se generaron de modo oscuro.
Me temo, espero que no sea así, que nos llenaremos de“cortinas de humo”, de invocaciones al “empate moral” destinadas a tapar lo evidente: que la Concertación y el PC –si quiere llamarlo Nueva Mayoría es bajo su cuenta y riesgo- no dan el ancho moral que pretenden dar, y que al final, de las promesas al Pueblo se debe responder. Y si se prometió transparencia e igualdad, no puede ahora promoverse el amiguismo y el compadrazgo… o la ineficacia.
Porque, al final del día, tras la invocación de la “falacia del empate” solo se esconde, en realidad, la necesidad de evitar “dar a cada uno lo suyo”, definición atribuida a Ulpiano respecto de la justicia.