Los movimientos sociales se tomaron la agenda política con inusitada fuerza el año 2011 comenzando con las reivindicaciones del pueblo mapuche, pasando por luchas ecologistas, hasta llegar al ya emblemático y casi místico movimiento estudiantil.
Estos fenómenos los hemos podido apreciar también en otras latitudes con distintas banderas de lucha e intensidad. Desconocemos si responde a episodios esporádicos y estancos, o bien tienen alguna vinculación entre sí.
Yo me inclino por pensar que sí existen ciertos vasos comunicantes que tienen relación fundamentalmente con la deslegitimación de las instituciones tradicionales y el agotamiento de un modelo económico aplicado de manera ortodoxa y desregulada.
La sociedad chilena durante este año se ha visto tensionada fuertemente y muchos han manifestado su preocupación por el “clima” de inestabilidad y las consecuencias nefastas que esto puede traer al país.
Otros tantos han intentado apagar el incendio con bencina mediante expresiones poco afortunadas.
Más allá del resultado de las negociaciones entre el Gobierno y los estudiantes es claro que el clima de tensión en Chile llegó para quedarse y esa es una noticia que muchos no quieren ver, oír ni leer. Pensar que solucionar el tema de la educación, implica necesariamente la desaparición de la tensión social en Chile es de una candidez que raya en lo infantil.
La tensión social tiene múltiples causas y muchas de ellas han quedado en evidencia desde que Chile ingresó con bombos y platillos al grupo selecto de la OCDE.
Cada vez que se hace un cuadro comparativo entre los miembros de la OCDE Chile queda en los últimos lugares.
Por ejemplo: distribución del ingreso, calidad de la educación, precariedad del empleo, acceso a la salud y ahora somos el país con mayor nivel de segregación socio- económica escolar.
En consecuencia, nadie medianamente informado puede señalar que en la sociedad chilena no existe una tensión larvada que se viene gestando desde hace varios años.
Sabemos que nuestro sistema de educación se cae a pedazos, sabemos que existen mercados desregulados, sabemos que existe una pésima distribución del ingreso, pero sin embargo nuestra institucionalidad política no ha estado a las alturas de las circunstancias y ha permitido y favorecido el estatus quo.
Es claro que los paradigmas que permitieron transitar durante los años noventa ya no sirven para abordar los temas de futuro y los cambios que se deben hacer en los próximos años.
La inmensa mayoría me parece que no está ni con generar un modelo marxista, ni comunista ni nada que se le parezca.
Lo que se pide a gritos es realizar los ajustes necesarios para caminar hacía una verdadera economía social de mercado más solidaria con regulaciones y límites claros.
Nuestra tan vapuleada clase política en el estado en el cual se encuentra no está capacitada para llevar a cabo los nuevos desafíos ya que la ciudadanía no confía en ellos; lo cual es gravísimo para una democracia e implica una crisis de enorme envergadura.
Hay una deslegitimación del sistema político y sus instituciones. Entonces la madre de todas las reformas, antes de abordar los desafíos que supone la tensión social ya instalada, es precisamente una gran reforma al sistema político actual que le devuelva la legitimidad.
No basta una ley suelta por acá y otra por allá.
Se debe abordar de manera conjunta el cambio al sistema binominal; nueva ley de partidos políticos que tenga por finalidad fundamental que los partidos no tengan dueños con nombre y apellidos; primarias; cambio en los quórum para aprobar las leyes; límite a la reelección, entre otras.
No abordar los cambios que se necesitan se traducirá en mayor tensión, descontento y conflictos sociales. Todavía estamos a tiempo.