A las puertas del diálogo entre el gobierno y el movimiento estudiantil, se puede adelantar algunos juicios sobre lo que se puede esperar de este primer encuentro.
Para evaluar lo que será la actuación de uno y otro, hay que saber que ambos llegan a la conversación con la necesidad de llegar a un acuerdo.
Por el lado de los estudiantes (al menos de su dirigencia más conocida), es claro que la movilización no se puede eternizar.
Lo que sería un éxito perdurable, es conseguir un acuerdo en principio, que obligue a establecer un calendario de toma de decisiones institucionalmente respaldadas. Si se cumple, estupendo y si no, entonces el movimiento se puede retomar cuando corresponda.
El gobierno también requiere alcanzar un entendimiento, porque ha errado el camino y acumulado todos los costos posibles, con un empecinamiento que le envidiaría un coleccionista.
Más aún, la administración Piñera está llevando al sistema político a un punto peligroso: habiéndose jugado por generar un desgaste del movimiento estudiantil, ha terminado por generar un desgaste del gobierno más acelerado del que era previsible en un inicio.
Lo que podría ser considerado un éxito en el caso del oficialismo, es que logre canalizar las demandas estudiantiles por un conducto regular, que le evite la presión constante de la movilización estudiantil.
Como se ve, los objetivos de ambas partes, antes de iniciar el diálogo, son básicamente compatibles. Solo que en una negociación no siempre ocurre que se llegue a un final feliz.
Para que eso ocurra, es imprescindible mostrar aptitud para el diálogo, y superar las evidentes dificultades que cada cual siempre enfrenta en su propio sector.
El problema del movimiento estudiantil es, por cierto, llegar a perder la noción de límite.
Se trata de un movimiento exitoso, que ha llegado más lejos que ninguno de sus precedentes en democracia. Por eso es legítimo que más de alguien se plantee el por qué no seguir presionando, en vez de dialogar.
Es la tentación de cambiar el objetivo inicialmente declarado: desde el cambio en la educación al cambio de todo y de todos.
Saber hasta dónde se puede llegar es una habilidad muy difícil de alcanzar por un colectivo.
Y, sin embargo, es indispensable.
Tal vez no se note a simple vista, pero cada vez es más evidente que el tiempo disponible por parte de los estudiantes no es infinito.
No se ve la necesidad de esperar a que la movilización comience su ciclo de salida, es mejor decidir detenerla en el mejor momento, que ser abandonado por el movimiento en el peor momento.
En cualquier caso, los estudiantes parecen estar bien capacitados para graduar sus pasos, tal como lo han hecho hasta ahora.
En el caso del gobierno, los problemas son múltiples. Vale la pena mencionar un par de ellos: su excesiva confianza en el dinero y la carencia de un director de orquesta.
Este gobierno de derecha parece convencido que, en educación, puede escabullir la necesidad de impedir que sea posible lucrar haciendo uso de fondos públicos.
La primera línea de La Moneda parece convencida que lo que tiene que hacer es poner los suficientes recursos sobre la mesa para que todo se resuelva.
Eso implica no conocer a su interlocutor. A lo mejor con alguno de los actores sociales tradicionales, este procedimiento hubiera dado resultado. No es este el caso. Por eso si el oficialismo no está dispuesto a emprender un diálogo en serio, escuchando las reales motivaciones de su contraparte, sufrirá un traspié.
Pero el segundo problema es el más significativo, Piñera no sabe negociar.
Sin duda ha de ser un buen especulador, un buscador de oportunidades, un apostador nato, pero la empatía no es su fuerte. Ni siquiera para llamar a este diálogo lo ha hecho bien.
Si entre la convocatoria y la implementación práctica de la reunión han pasado tantos días, no es únicamente por un asunto de agendas. También la demora se explica porque esta iniciativa ha sido improvisada o, a lo menos, porque Piñera no se dio el espacio para comunicarles a sus colaboradores lo que pensaba hacer.
Por eso se han perdido tantos días, porque los que debieron ser días de preparación antes de un anuncio oficial, tuvieron que ser suplidos por una apresurada organización contra reloj.
En estas condiciones, lo que se puede esperar es bien sencillo: o se llega a un rápido acuerdo básico al comienzo, o esto se puede enredar de la peor forma.
Otra condición de éxito que parece necesaria es que, tras la apertura, Piñera haga abandono de la escena, deje a sus equipos trabajando, y vuelva para la firma de los acuerdos.
Sin asomo de dudas, lo que le conviene al país es un pronto acuerdo. El costo del conflicto ha sido importante para la política y los políticos en general.
La ineptitud del gobierno parece cubrir todo y afecta al conjunto de los actores públicos. Se les ve en una doble condición: en puestos de privilegio e incapaces de aportar soluciones. El peor de los mundos.
Por eso la derecha debe entender que, a estas alturas, lo que importa no es sólo que el conflicto termine, sino que finalice producto de una esmerada y meritoria negociación.
Si esto no ocurre, el prestigio y la autoridad de gobierno quedarán heridos en un ala. Y de eso las buenas cifras económicas no rescatan a nadie. No se olvida con el tiempo. No se suple con comunicaciones.
Si el gobierno fracasa ahora, la “nueva forma de gobernar” será recordada como la “peor forma de encallar”.
Colapsar en tiempo de prosperidad es una hazaña que nadie había logrado hasta ahora.
Ojalá Piñera nos ahorre la experiencia. El daño no se detendría en la derecha.