Dignas de destacar han sido las reacciones que los políticos y la sociedad chilena han tenido frente a la posibilidad de un eventual plebiscito.
Mientras los estudiantes desafían al sistema planteando la posibilidad de llevar a consulta ciudadana el tema de la educación, el denominador común (salvo algunas excepciones) en las reacciones de los políticos ha sido el temor.
Porque ya sabemos cual es la respuesta ciudadana frente a los temas posibles a plebiscitar: frente al lucro una mayoría en contra, frente a la gratuidad una mayoría a favor, frente a la representatividad una mayoría por mejorarla.
¿Cuál es entonces el sentido de un plebiscito, si ya sabemos, gracias a las encuestas, las respuestas?
El sentido del plebiscito, aunque no fuese vinculante, es su poder simbólico.
Por un lado la demostración explícita que estamos todos de acuerdo en que nuestro sistema político está en crisis. En este sentido un plebiscito, no sólo nos arrojaría la opinión ciudadana, sino sobre todo dejaría en la mesa la obligación de hacerse cargo.
Porque luego del plebiscito, el gobierno y los parlamentarios no tendrían otra opción que abrir una agenda nueva, una agenda invisible en el gobierno, invisible en el parlamento.
Por otro lado, un plebiscito no haría más que instalar el horizonte del rumbo que las políticas públicas debieran tomar frente al tema de la educación.
Cabe preguntarse entonces, si nuestros políticos y el gobierno están dispuestos realmente a gobernar para todos.
Los estudiantes cumplen con su rol ciudadano de hacernos ver el problema y están equivocados quienes piensen que además de eso deben aportar las soluciones.
Las soluciones deben surgir desde el gobierno, a través de propuestas políticas audaces y estratégicas.
Ni el gobierno, ni los candidatos supieron hacerse cargo de la educación midiendo la real envergadura que este tema tiene.
El movimiento estudiantil de los pingüinos no hizo más que instalar en la mesa un tema de futuro.
La estrategia para enfrentarlos fue errada, instalaron una mesa que logró anularlos, arrastrando el problema bajo la alfombra.
Hoy el tema educacional se ha instalado, desde el malestar de la sociedad con el valor que tiene, como un problema país, que evidentemente va mas allá de la gratuidad y e lucro.
Hoy quienes lideran el movimiento estudiantil lo hacen con mirada política, y con la certeza del sacrificio personal a costa de un bien país.
Los estudiantes hoy nos enseñan un Chile más amable, un Chile que mira a todo Chile para pensar más allá de sus ombligos.
“Me gustan los estudiantes porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura …” (Violeta Parra).