Con algo de vergüenza confieso ser parte de una excepción: de aquella privilegiada que pudo estudiar en la Universidad que quiso la carrera que quiso.
Gracias a una excepcionalmente buena educación dada en colegio particular pagado, mi posición es demasiado minoritaria. Corresponde ella, con suerte, al 10% de nuestra población.
Para el resto, no alcanza. No siendo Los Prisioneros mi mayor predilección musical -pienso que están ligeramente sobrevalorados- me estremece y angustia aquellos versos del Baile de los que Sobran, y me agobia pensar en chicos de colegio cantando: “A otros le enseñaron secretos que a tí no, A otros dieron de verdad esa cosa llamada educación. Ellos pedían esfuerzo, ellos pedían dedicación. Y para qué, para terminar bailando y pateando piedras.”
Por cierto, no me enorgullece pensar que dichas palabras fueron cantadas por primera vez hace ya 25 años.
No podemos dejar de preguntarnos, frente a las demandas de los miles de jóvenes que salen a la calle pidiendo a gritos mejor educación, cual es el problema de fondo y cuál es la solución: ¿será la nacionalización del cobre? ¿O una nueva Constitución?
Esas demandas indirectas, a mi juicio, no dicen relación con el fondo del tema sino con intereses de “colgados” oportunistas aprovechándose de un descontento legítimo que pretenden obtener una pingüe ganancia política.
Separando la paja del trigo, parece que, al fin, el maltratado y demonizado lucro seria la demanda “en serio” de los estudiantes.
Hay una percepción, a mi juicio errónea, que su supresión soluciona los problemas de inequidad –punto que por cierto no está acreditado- obviando que el verdadero problema no es quien gana más o menos con dicha actividad, sino que, al igual que cuando la comida o ropa resultan de mala calidad, defectuosa o derechamente no corresponde a lo esperado, se pueda sancionar al proveedor del servicio y se le exige que indemnice.
Y que antes de la adquisición del “servicio” el beneficiario o sus representantes tengan a la mano toda la información para poder elegir bien donde aprender.
Lo inmoral en el “lucro” es lo que ocurre cuando lo que se entrega a cambio de dicho beneficio –en este caso educación- es inferior en calidad a lo que corresponde.
Entonces, más que el lucro, el problema de la educación es un problema de calidad, de información adecuada a quien postula a un colegio o centro de educación superior y de capacidad de sanción a quien incumple su deber y que lucra de él.
La Superintendencia de Educación que comenzara a operar en el curso de este Gobierno, más las necesarias mejoras en el sistema de acreditación, parecen soluciones adecuadas para la mejoría de la calidad.
Pero aun falta: eliminar el estatuto docente que solo ha perjudicado a los alumnos permitiendo que los malos profesores puedan permanecer en el sistema educativo, y procurar mejorar la calidad de los mismos –en ello se esperaría que el Colegio de Profesores más que un gremio protector de malos docentes fuera un ente para su perfeccionamiento- , incentivar la educación técnica superior por sobre la universitaria… en fin, tantos aspectos a destacar, y ninguno de ellos depende de si quien proporciona la educación recibe o no beneficios de ella.
En materia de educación me parece sensato sincerar lo natural: que el lucro es algo normal, que no es un pecado sino un aspecto deseable y bueno cuando el producto que se otorga es de excelencia. No vaya a ser cosa que, de tanto quejarnos del lucro, de tanto caer en la falacia, perdamos la diversidad de propuestas educativas de calidad.
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