Nada más fácil de identificar que un gobierno sin rumbo: en medio de una crisis hace frente a todo menos a la crisis misma.
Es mucho más verídico decir que la administración de Piñera está siendo llevada por los acontecimientos hacia algún lado predecible,que decir que el Ejecutivo está intentando conducir los acontecimientos con un propósito definido.
La cadena nacional con un Piñera hablando y un Lavín de escudero silente se quedó en mensaje difuso con una puesta en escena lamentable. Si en algún momento el oficialismo ha desperdiciado una oportunidad en un momento clave, ha sido ahora.
El desempeño del equipo político de La Moneda en medio de las manifestaciones sociales en curso ha sido deplorable. Cuando se necesitan estadistas se las dan de cronistas. Ahora parece ser que lo que importa es que la Concertación reconozca la responsabilidad que le cabe en la actual situación educacional, como si de eso surgiera algún tipo de solución a los problemas de hoy.
Entrar a debatir sobre responsabilidades históricas equivale a un reconocimiento implícito de que se prefiere hablar de cualquier otro tiempo o circunstancia, excepto del presente inmediato, que es el único sobre el cual se tiene responsabilidad, capacidad de decidir y por el que se ha de responder.
El agotamiento del equipo ministerial es tan evidente que ya nadie se toma la molestia de contestar a los emplazamientos, porque dar el espectáculo de un círculo político empeñado en dilucidar sus querellas es lo peor que se puede hacer en este momento.
Como siempre, hablar de lo secundario es quitarle el bulto al debate principal. En este caso, eso ocurre de manera más acentuada.
El equipo ministerial no es muy bueno para los momentos difíciles, pero hasta los con vasta experiencia tienen problemas. Hemos tenido a Lavín aclarando que no ha pensado en renunciar, que es la antesala de la salida o, a lo menos, una posición ultradefensiva que lo muestra con un margen de maniobra harto escaso.
No tiene nada de extraño que, desde el mismo oficialismo, se escuche decir que Lavín “ha sido abandonado”.
Quieren decir con esto que el ministro ha estado enfrentando al movimiento estudiantil sin compañía, en medio de un silencio elocuente de sus colegas y, por cierto, del Presidente. Este último esperó mucho tiempo para hacer su propuesta; en parte porque ella no existía con antelación y, por otra parte, porque no quiso jugarse personalmente antes.
Para peor y cuando más apoyo necesitaba, Piñera ha optado por ningunear a su ministro, asociándolo en público con Varas como candidato presidencial frustrado, algo que no es solo una falla política sino el perder un mínimo decoro y buenas maneras.
Sean cuales sean las razones que haya tenido Piñera para actuar como lo hizo, lo cierto es que resulta demoledor para la idea misma de ser gobierno, entendido como un equipo de trabajo. Piñera pide lealtad pero no entrega respeto a los propios. En medio de una crisis, eso se asemeja mucho a una conducta suicida.
Cuando un gobierno no tiene controlada ni siquiera una coyuntura que se le escapa por todos lados, los llamados a la unidad nacional por parte del Presidente adquieren un extraño tono de irrealidad. El anuncio presidencial no fue tal.
Actuando contra toda prudencia, Piñera realizó el anuncio de un anuncio, es decir, hizo el enunciado difuso de proyectos que se concretarán en un mes más. En otras palabras, Piñera está haciendo exactamente lo que se necesita para que el conflicto estudiantil se radicalice y deja a su administración sin respuesta por cuatro semanas. Algo completamente insensato. ¡Y después se pregunta por qué baja en las encuestas!
Pareciera que Piñera contemplara el agudizamiento del conflicto social y la disminuida capacidad de respuesta institucional como si aconteciera en un lejano lugar, del que no tiene responsabilidad alguna sobre lo que sucede.
La idea de que el gobierno y él mismo estén fallándole al país parece no habérsele cruzado por la mente. Y, sin embargo, el reclamo que se escucha de la oposición, no es la crítica respecto de las propuestas del Ejecutivo, sino la simple ausencia de un curso de acción gubernamental que se esté implementando. La falla detectada en el repetido mensaje de la Concertación (“esperamos que el gobierno gobierne”) habla de una falla medular, no de episodios mal administrados.
Para un gobierno, una amplia movilización social no es necesariamente un incordio del que solo puede esperarse problemas. Desde luego, nunca es fácil procesar una demanda social amplia que aborda temas de fondo. Si hay una fuerte conducción política y se quiere enfrentar y resolver temas cruciales.
También significa una oportunidad de concentrar la atención de una amplia opinión pública, en una agenda de interés gubernamental.
El Ejecutivo puede convertirse en un gran articulador de acuerdos. Por este medio, quien tiene el poder puede volverse un actor indispensable y necesario, el punto donde todos convergen, aun cuando sean adversarios, puesto que están siendo parte de un proceso de toma de decisiones en asuntos de interés nacional.
El gobierno de Michelle Bachelet demostró que todo lo señalado se puede realizar.
Sin embargo, lo que todos los sectores han podido constatar es que la administración de Piñera no ha hecho nada de esto. Es más, la medida del fracaso que comprueba cada nueva encuesta que aparece, es que el Ejecutivo no está en condiciones de alcanzar un acuerdo que lo fortalezca y le sirva al país.
La oposición no puede fallar allí donde lo hace el gobierno.
Frente a un oficialismo sin conducta (y por tanto sin capacidad de dialogar), hay que validarse como interlocutor político, ante el país y los actores movilizados.
Como siempre, las soluciones las encuentran los que dialogan y buscan los puntos en común.