Los universitarios en Chile están luchando por la igualdad, pero deben considerar que no todos los estudiantes son iguales.
Un movimiento por la educación debe tener ante todo frente a sus ojos a niños internos en centros del Sename, a menores con discapacidad mental, a los pueblos indígenas, a los hijos de inmigrantes y a los adultos que no terminaron su educación.
Isaías era superdotado para las matemáticas.
Siempre su mente estaba a años luz del resto de los niños. Tenía conciencia de su inteligencia y solía hacer gestos queriendo decir que las matemáticas no eran motivo de orgullo para él.
Pero “el profeta”, como lo llamaban en el Centro de Internación Provisoria (CIP) de San Joaquín, nació en el lugar equivocado de la sociedad. Aprendió la delincuencia y la adicción a la droga como una forma fácil de bypassear la miseria y validarse socialmente. A sus 16 años, en vez de estar en tercero medio, estaba metido en el círculo de las bandas de niños ladrones cuyos miembros pasan meses dentro y meses fuera de los centros del Sename.
Mientras estaba interno sólo pensaba en salir a delinquir y así fue como, en una de ésas, el administrador del restorán asaltado los repelió a tiros. Sus compañeros lo dejaron abandonado en el servicio de urgencia del Hospital San Borja, donde murió.
Los niños de los Centros de Internación Provisoria no pueden salir a marchar. Son parte de los ausentes en este debate por la educación. Su situación requiere de una urgente reforma al sistema, para convertir estos centros en verdaderas escuelas donde los niños aprendan un oficio, acorde al artículo 40 de la Convención sobre Derechos del Niño y al artículo 20 de la Ley de Responsabilidad Juvenil.
Isaías es el último de los lienzos en las marchas por la educación chilena. Recordarlo tiene el sentido de hacernos tomar conciencia de que las reformas y revoluciones se deben construir desde los cimientos y no desde el techo.
En honor a Isaías, queremos proponer que el petitorio de los estudiantes empiece desde abajo, desde aquéllos que tienen más vulnerado su derecho a la educación, y desde ahí construir hacia arriba.
Los estudiantes universitarios en Chile están luchando por la igualdad, pero deben considerar que no todos los estudiantes son iguales y según sus condiciones de vida tienen necesidades especiales. Un movimiento por la educación cuyos representantes sean jóvenes de universidades del consejo de rectores, debe tener ante todo frente a sus ojos y en el corazón a:
1. Los niños internos en los centros de reclusión del SENAME, y los centros educacionales que día a día intentan sacar jóvenes del círculo vicioso de la delincuencia y la droga.
2. Los niños, niñas y jóvenes con discapacidad mental, a quienes se les impide el acceso a una educación inclusiva en la que reciban una educación conforme a sus necesidades.
3. Los hijos de inmigrantes: peruanos, haitianos, colombianos; que por no tener RUT no obtienen certificado de estudios, que deben insertarse en un sistema educacional que no considera su diversidad cultural, o cuyos padres no obtienen reconocimiento por los estudios que hicieron en sus países de origen.
4. Los adultos a los que dejó el tren de la educación formal, y luchan por sacar sus estudios a la par de criar, alimentar y educar a sus hijos. Los OTEC en los que estudian estos estudiantes ejemplares, paradojalmente, por complicaciones burocráticas no tienen derecho a Tarjeta Nacional Estudiantil.
5. Los mapuche, los aymara, quechua, rapa nui y múltiples hermanos indígenas que llegan a estudiar a las ciudades, o cuyos padres llegaron a las ciudades a trabajar de panaderos, nanas y obreros, y hoy porfiadamente nos recuerdan que por ser profesionales no quieren dejar de ser indígenas.
Co autor de esta columna es Coyihuil Huircán, profesor de matemáticas.