El país vive un momento especial. La ciudadanía se moviliza.
Quienes se oponen a las represas en Aysén, salen a la calle.
Quienes están descontentos con la educación y con las opciones que les presenta el futuro, salen a la calle.
Nadie puede apropiarse de estas manifestaciones, y quizá ahí radica el mayor desafío tanto para el gobierno como para la oposición: cómo sintonizar con una ciudadanía exasperada que salió de la actitud pasiva en el reclamo por sus derechos.
No le tenemos miedo a que la gente se manifieste y proteste en las calles. Es parte de la democracia. Y creo que aquí, en la demanda estudiantil que sacó más de 80 mil jóvenes a las calles, hay también una petición hondamente democrática: se trata de mejorar la calidad de la educación pública de manera radical, para que toda la retórica en torno a la ampliación de oportunidades se sustente sobre bases reales, tangibles, cuantificables.
He dicho y repito que no hay ninguna experiencia internacional que haya logrado un desarrollo equitativo y sustentable por medio de un modelo de educación con subsidio a la demanda.
Es decir, no hay país en el mundo con buenos resultados educacionales sólo con una educación privatizada. Y hacia allá pareciera querer ir este gobierno. Se entiende entonces la frustración y la ira de jóvenes que enfrentan una educación superior con tremendas desigualdades de calidad, con el agravante de que a las mejores universidades, que cuentan además con mejores y más amplios subsidios del Estado, ingresan mayoritariamente quienes provienen de colegios privados. El modelo consagra así un esquema de desigualdades que es el punto más débil, a mucha distancia, del modelo de desarrollo chileno.
Por eso que creo que hay que reponer, de manera urgente, la discusión sobre el fortalecimiento de la educación pública en todos sus niveles, el pre escolar, el básico, el medio, el superior y el de post grado. El Estado tiene que asumir sus responsabilidades.
El mercado, en este caso, nunca será un buen asignador de recursos, porque hay que ir precisamente donde están quienes no tienen medios para pagar una educación de calidad.
Tal como lo mostraron las decenas de miles de jóvenes que repletaron las calles de Santiago y de otras ciudades, aquí hay una demanda impostergable. Arrastrar la desigualdad en la calidad y en el acceso a la educación tendrá un costo enorme para Chile.
Tenemos que enfrentarlo antes de que sea demasiado tarde.