En febrero pasado participé como voluntario junto a chilenos y norteamericanos, entre otros, en el proyecto Conservación Patagónica, en la región de Aysén, que lideran los filántropos ambientales Kristine y Douglas Tompkins. Este proyecto es uno más de los que llevan a cabo en Chile y la Argentina, siendo el más conocido en nuestro país, e igual de controvertido, el Parque Pumalín, en la provincia de Palena.
Mientras los voluntarios trabajábamos por el futuro Parque Nacional Patagonia, que hoy cuenta con 78.000 hectáreas, comenzó la crisis por un reclamo de carácter regional: una exención que nivelara el coste de la matriz energética aysenina, con un coste de la vida excepcionalmente alto debido a las condiciones climáticas y las distancias geográficas.
El proyecto Conservación Patagónica fue mencionado aleatoriamente en esta discusión cuando el ministro Mañalich afirmó que “el rol de Patagonia sin Represas es absolutamente cierto y seguro para mí, al punto que uno de los dirigentes principales de este movimiento en Aysén es el señor Patricio Segura, que está financiado, es un empleado de Patagonia sin Represas”.
¿Qué tienen que ver Patagonia Sin Represas con Conservación Patagónica? Patagonia Sin Represas, como se conoce al Consejo de Defensa de la Patagonia, es una coalición de más de setenta organizaciones sociales entre las que se cuentan Fundación Pumalín y Conservación Patagónica, que luchan por salvar el carácter natural y salvaje de la Patagonia, y para que sus ríos conserven su libertad y sus rasgos agrestes.
¿Qué tenía que ver el reclamo de Mañalich? Con una dificultad para reconocer las demandas comunitarias regionales como problemas reales, por un lado. Y, tal vez, un escenario complejo con la presencia de filántropos ambientalistas que no son chilenos, también presentes en las demandas locales. Un impulso desde nuestro ya conocido nacionalismo, quizás.
¿Qué límites al acceso tiene hoy el proyecto Conservación Patagónica? Ninguno, es uno de los espacios privados más abiertos que tiene el país, sin barreras, y con caminos totalmente libres, es decir, se puede ingresar y salir todas las veces que se quiera, cruzar hacia la Argentina sin ningún problema, así como transitar de norte a sur.
¿Qué llevamos a cabo los voluntarios ahí dentro durante esas tres semanas del mes de febrero? Quitamos cercas, recolectamos semillas y trabajamos en la habilitación de senderos. Los antiguos fundos y terrenos de este proyecto estuvieron divididos por cercas, muchas veces con doble alambrada, y con púas.
Quitarlas cobró gran sentido cuando tuve la certeza de que al final de esa semana , los guanacos no se enredarían más en los alambres de púas. No quedarían atrapados y condenados a muerte, que es lo que ocurre si no logran dar un salto apropiado.
Debido al conflicto aysenino, para salir desde la provincia de Capitán Prat (Cochrane) y poder llegar la ciudad de Coyhaique, varios voluntarios e internos del proyecto fuimos trasladados cruzando la frontera hacia la Argentina.
En el otro lado de la frontera pude comprobar el contraste entre Conservación Patagónica, por un lado, y un lugar en el que no se advierten claras políticas de protección y conservación de la vida salvaje, por el otro. Lugares altamente erosionados, ñandúes corriendo por cerros casi desnudos de vegetación. Y, frente a las mismas carreteras, uno que otro guanaco muerto, colgando en las alambradasen donde se quedaron atrapados al saltar.
¿Qué sentido tiene recolectar semillas? Recolectamos semillas de coirón, un tipo de pastizal que es característico del paisaje patagónico, que se vuelven a sembrar, y resiste el clima duro de la región. El sobrepastoreo dejó la tierra erosionada, espacios que aparecen en blanco, difíciles de comprender.
El terreno que cubre el actual proyecto es de una enorme biodiversidad. Por lo tanto, más rico, y tremendamente sensible a la acción del hombre. Tanto la recolección de semillas como la habilitación de senderos tienen un objetivo común: recuperar las praderas. Todo esto lleva decenas de años, pero la recuperación ha sido rápida, y la alta población de guanacos da muestra de este esfuerzo.
Un punto especial de mi experiencia ocurrió al final de la semana de recolección de semillas. Un grupo de voluntarios partimos a pie desde el sector de La Veranada, donde antiguamente se llevaba al ganado ovino en la estación estival, hacia la Estancia Chacabuco, donde está la base del proyecto Conservación Patagónica.
Tardamos menos de cuatro horas y cruzamos dos lagunas. Vimos patos, búhos, los infaltables guanacos, cisnes, flamencos, halcones perdigueros, roedores. Yo, me sentí feliz de que hubiera personas que se dedicaran a recaudar fondos para proteger y conservar este lugar. Si ellas no hubieran decidido armar este proyecto en Chile, sería más difícil evitar la extinción del huemul en la región de Aysén, o posibilitar una población de guanacos que permita al puma alimentarse.
Frente al cruce en donde confluyen los ríos Baker y Chacabuco, conocido como La Confluencia, se instalará una de las represas del proyecto hidroeléctrico de la región de Aysén. Es un lugar bellísimo, azul y verde.
En este sector viven un huemul y dos hembras de huemul, de acuerdo a la información de los dispositivos GPS que les han colocado el equipo de Conservación Patagónica. Cuando se les obligue a desplazarse, probablemente no podrán seguir viviendo.
¿Qué importan tres huemules? Cuando están a punto de extinguirse, sólo serán el decorado de un escudo patrio.