El 19 de enero de este año y por encargo de entidades de compatriotas residentes en España, la Asociación Violeta Parra y la Asociación Pro DDHH Francisco Aedo, hice llegar a la Fiscalía Nacional una denuncia por supuestos delitos que habría cometido el actual embajador de Piñera en España y ex subsecretario de Pinochet, don Sergio Romero Pizarro, con ocasión de un eventual uso indebido de la sede diplomática de nuestro país en Madrid lo que, de comprobarse, trasgrede claras normas del Código Penal además de la Convención que rige las relaciones diplomáticas.
La Fiscalía Nacional derivó la denuncia a la Fiscalía Centro Norte la que conforme a la ley inició la investigación respectiva; ella alude además a otro funcionario de esa misma embajada, el ex agregado cultural Cristian Pizarro, por otras conductas relacionadas con la misma materia.
Hoy el procedimiento está en sus inicios y queda un largo trecho que recorrer para establecer si la conducta de Romero se corresponde o no con la tipificada en las normas de la legislación criminal chilena.
Pero ése no es el punto que llama a este comentario, sino la circunstancia de que el ex funcionario de la dictadura militar intente descalificar la acción penal iniciada por nuestros compatriotas con un argumento francamente impresentable, propio de quienes descalifican a las personas por sus ideas y convicciones.
Porque el señor embajador le ha restado importancia a esa denuncia destacando mi pertenencia al partido comunista. Añade que además también se han referido a esta denuncia personeros de Izquierda Unida de España. ¡Qué horror! Los comunistas atacan de nuevo.
Es preocupante que haya quienes con esa visión del mundo y de la vida representen a nuestro país en el exterior.
Porque no difiere del pretexto que emplearon los golpistas del 73 cuando torturaron, mataron o hicieron desaparecer a miles de chilenas y chilenos, o les mantuvieron arbitrariamente en prisión durante años o les condenaron al exilio. A estas alturas del siglo XXI tal conducta nos parece simplemente aberrante.
La denuncia contra el diplomático, en cambio, no lo es por su declarada admiración por Pinochet ni por su militancia política. Lo es por la posibilidad de haber traspasado el límite de lo legalmente permitido.
No es casual que sobre este mismo tema haya debido pronunciarse nuestra Contraloría General que no compartió el criterio del embajador. Y en todo caso, naturalmente, lo que suceda o no suceda es asunto del sistema judicial.
Pero si es la propia derecha la que pone el grito en el cielo cuando, según su criterio, los estudiantes o los pobladores de Aysén quebrantan la ley, ¿por qué entonces descalificar como acción política una legítima denuncia penal ante la posibilidad real de que se haya sobrepasado la ley?
Por nuestra parte en cambio y como siempre, estamos por acatar el resultado final cuando se agote todas las instancias, cualquiera sea el fallo.
Puede ser que tal vez el señor embajador conozca poco o nada de los comunistas; puede que no le llame la atención – suponiendo que lo sabe – que a lo largo de la historia militantes comunistas han sido en Chile y en todo el mundo destacados contribuyentes de la cultura, de las ciencias, del arte.
Lo decimos con sencillez y humildad, sin ceguera política, sin la soberbia de nuestro detractor. Sólo son simples hechos concretos que él debe conocer. En el caso de nuestro país, seguro que ha de haber escuchado hablar de nuestro Premio Nobel, Pablo Neruda, que hasta su tan dudosa muerte fue miembro del Comité Central.
Y lo más probable es que alguien de su entorno ha de conocer las canciones de Violeta Parra, de Víctor Jara, o habrá leído a Francisco Coloane, Volodia Teitelboim, Cruchaga Santa María, Juvencio Valle, Luis Enrique Délano, Efraín Barquero, José Miguel Varas, Poli Délano, Fernando Lamberg, en fin tantos y tantas ; o habrá oído hablar de la contribución de Patricio Bunster a la danza contemporánea, o sabrá que Sergio Ortega, Gustavo Becerra, Fernando García y un buen número de los premios nacionales de música de los últimos años también fueron camaradas.
Tanto como otra cantidad de destacados académicos, científicos, o excelentes artistas plásticos, pintores, escultores, muralistas, entre ellos José Balmes y Julio Escámez, y numerosos fotógrafos, cineastas o actores, actrices, dramaturgos, directores, creadores del teatro chileno también militantes.
En el plano internacional algo sabrá de Bertold Bretch, de Frida Khalo, de Diego Rivera, de Alfaro Siqueiros, de Atahualpa del Ciopo. Hasta habrá escuchado canciones de Silvio Rodríguez. En fin, son muchísimos.
El apotegma del fascista Millan Astray, de “¡Muera la inteligencia! ” retrata bien a cierto tipo de personas entre las que espero no se encuentre el señor embajador.
Porque es necesario recordar que entre los asesinados por la dictadura hay también figuras del arte y de la ciencia, como hizo el nazismo.
Con sincera modestia, pero orgulloso de mi condición política, recuerdo y subrayo la contribución de nuestros militantes, mujeres y hombres, jóvenes y adultos, a la transición todavía inconclusa a una plena democracia. No somos nosotros precisamente los que debemos arrepentirnos de horrores del pasado reciente de nuestra patria.
Dice el artículo segundo de la Declaración sobre Derechos Humanos que “toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole”
Así sea, señor embajador.