Las encuestas actuales siguen mostrando una clara desafección con el actual sistema político y sus instituciones. No es un dato nuevo precisamente.
Hace años que buena parte de las instituciones políticas salen muy mal evaluadas por los ciudadanos.
Se vuelve a hablar hoy, a propósito de las movilizaciones estudiantiles y las demandas de diversos sectores, de un malestar que recorre la sociedad. Las autoridades, los medios de comunicación, buena parte de la elite política ha hecho mucho tiempo oídos sordos a demandas y reclamaciones.
Pero, en la medida en que se hacen cada vez más masivas, y más transversales, no va quedando otra que ponerles atención. Y entonces aparecen los distintos intentos explicativos.
La mayor parte de ellos, claro está, no ven allí un cuestionamiento importante al sistema económico y político imperante. Al modelo de economía de mercado neoliberal capitalista impuesto hace ya tantos años en el país.
Por eso los “oídos sordos” a esas demandas y reclamaciones. La elite económica, financiero-empresarial, y sus aliados en el mundo político no quieren perder la manija que les da el poder concentrado de que gozan gracias a este mismo modelo.
Por eso creen poder “solucionar” las demandas con dinero, o con mejor gestión, o mayor probidad, como si eso fuera lo único que les importase a los ciudadanos.
Por eso también la elite de poder económico y político defiende –con represión incluida- su propia idea de democracia. No solo en Chile.
La novedad es que nuestras manifestaciones ciudadanas han coincidido con las realizadas en el norte de África, y las que están sacudiendo –bajo la divisa del movimiento de indignados-, a España y otros países de Europa.
La mayor parte de ellas tienen elementos comunes: principalmente, una crítica al agotamiento de las democracias liberales dichas representativas, y, al mismo tiempo, al modelo económico de capitalismo financiero desregulado.
En el fondo, ciudadanos y ciudadanas quieren recuperar su soberanía política, su capacidad de definir lo que entienden por una democracia real, que la ven escamoteada y cooptada por el mercadismo y el poder del capital financiero.
Ven cada vez más claro que si la economía no es orientada desde instituciones verdaderamente democráticas, vamos camino al despeñadero.
No les basta con la mera “poliarquía”, es decir, la adecuada selección de las elites que nos gobernaran cada cierto tiempo, manteniendo más o menos incólumes las desigualdades de poder, saber, tener y comunicar.
El conjunto de situaciones generadas últimamente, desde el intento de criminalización y/o represión de la protesta estudiantil, hasta aquella que se ejerce en torno a las comunidades mapuches, pasando por las inicuas AFP o Isapres, las alzas del Transantiago y de los combustibles, el reemplazo a dedo de senadores que migran al gobierno como si nada, todo ello parece hablarnos de que, en verdad, no tenemos aun una democracia real, republicana e igualitaria, sino con mucho y a lo mejor, una poliarquía.
Quizá va por ahí el malestar y la conciencia, más o menos indignada, más o menos organizada, que está surgiendo desde los ciudadanos de distinta condición en el país.
Como sugiere Colin Crouch en su trabajo Posdemocracia, “los descontentos deben volver a centrarse en las verdaderas causas de los problemas, que son las grandes empresas y los comportamientos guiados exclusivamente por la obtención de beneficios que están destruyendo a comunidades enteras y creando inestabilidad en todo el mundo”.
No está muy lejos de lo que sucede por estas tierras, ¿no le parece?