Tras la dimisión de Benedicto XVI consumada el último día de febrero, los cardenales de todo el mundo tienen la tarea de encontrar a su sucesor. Se trata, qué duda cabe, de un hecho político de la mayor importancia a escala mundial.
El Vaticano es uno de los poderes que actúa en el mundo, tanto en una dimensión espiritual como mundana. Como en cualquier organización humana, en el próximo cónclave se darán cita las diversas tendencias que constituyen la Iglesia del siglo XXI, desde los ultra conservadores a los más moderados, porque los teólogos de la liberación ya fueron inhabilitados hace mucho.
Si bien el Papa es la cabeza visible de una organización humana que actúa en el mundo, y en este sentido, un estadista y jefe del estado Vaticano, su estatura excede lo político, pues, reclama para sí la condición de “sumo pontífice”, esto es, su calidad de puente o nexo con Cristo y por ese camino, con el Altísimo.
Podríamos afirmar, entonces que el papado posee una dimensión política y otra “exopolítica”, la primera se instala en la dinámica de fuerzas e intereses mundanos y la otra atiende a la dimensión ultramundana que lo anima.
La dimensión mundana de la Iglesia la hemos conocido por siglos y, la verdad sea dicha, no dista mucho de las miserias del mundo.La lista de sus pecados, pasados y presentes, es tan extensa y penosa que, en esta era mediática y globalizada, ha dado lugar a una lista infinita de escándalos y acusaciones.
En su dimensión trascendente, las cosas tampoco han ido mejor: el sencillo mensaje de paz y amor universal entre los hombres proclamado por el Nazareno se ha desdibujado a tal extremo que los pobres de la tierra deambulan desamparados sin consuelo alguno, mientras la violencia, la codicia y el egoísmo se enseñorean por doquier.
Una Iglesia aferrada a añejos dogmas reñidos con la sed de justicia de millones de seres humanos que sufren la pobreza material y espiritual, mientras pastores descarriados han olvidado su misión en este planeta.
El próximo cónclave en el Vaticano desplegará una baraja de cardenales en que las cartas ya están marcadas, pues durante años la Iglesia ha promovido a tal dignidad a quienes representan de mejor manera las orientaciones de la curia romana. De suerte que por mucho que les asista el Espíritu Santo, será difícil que surja alguien capaz de enfrentar el actual estado de cosas.
Pareciera que para el mundo católico solo queda persistir en su fe “a pesar” del Vaticano y encontrar allí el hontanar de dignidad y esperanza para iluminar la oscura vida presente.
En esta era de la Híper Industria Cultural, la elección de un nuevo Papa se ha constituido en un espectáculo algo “rétro”, algo “kitsch”, como en una película de Fellini.