Más que un triunfo de la centroizquierda o del partido más grande de ese sector, el Democrático (PD), la lectura más ajustada a la realidad que se le puede dar a los resultados electorales de la segunda vuelta en las elecciones municipales italianas es una tremenda e histórica derrota del “berlusconismo-leguista”, fenómeno político muy particular que, entre otros desaciertos, se dio el lujo de destruir la alianza de la centroderecha italiana, desplazando fuera del gobierno a la Alianza Nacional de Gianfranco Fini.
Fue un espectro mayoritario del electorado italiano, tanto de centroizquierda como de centro y de derecha, el que rechazó la prepotencia del estilo “patronal” que ha venido caracterizando la gestión gubernamental del empresario Silvio Berlusconi, el que ha venido introduciendo prácticas reñidas con la cultura política tradicional.
Sus rasgos más destacados: los escándalos sexuales conocidos como el “bunga buga”, la “campagna acquisti”, o sea, la adquisición de voluntades de parlamentarios en las votaciones de “fiducia” (confianza), los excesos legislativos a favor de la secesionista Lega Nord con la ley de “Federalismo fiscale”, además de la pésima relación del Premier con los magistrados.
Superada esta era “berlusconiana-leguista”, que pierde emblemáticamente la ciudad-cuna del fenómeno Berlusconi- Milano- lo que empieza a importarle a los electores italianos es saber quién le ofrecerá una opción de gobierno.
El nuevo escenario político que surge esta semana pone al PD, que reúne a ex comunistas-socialdemócratas con algunos ex demócrata-cristianos, en la disyuntiva de elegir entre aliarse con el Tercer Polo – conformado por la Unione di Centro (DC) de Pierferdinando Casini (que desde hace tiempo viene preparando el Day After Berlusconi), el nuevo referente de derecha Futuro y Libertad, de Fini, y la API (Alleanza per l’Italia) del ex PD y ex alcalde de Roma, Francesco Rutelli – o, en cambio, mirar otra vez hacia la izquierda, coaligándose con los partidos más radicalizados, representados por la “Italia dei Valori”, IDV, del ex juez de “Mani Pulite”, Antonio Di Pietro y la dispersa extrema izquierda de la Refundación Comunista.
Todo parece indicar que una alianza del Polo centrista y el PD, bajo el formato de una Unión Cívica, sería la salida más adecuada en este momento histórico de fin de época que vive la política italiana.
Una Unión Cívica que dé por clausurada la fracasada Segunda República y refunde el marco institucional del partidismo italiano, más acorde con sus tradiciones “proporcionalistas” y renacentistas que con los espejismos “bi-partidistas”, típicos de la cultura política anglo-sajona, diametralmente distinta a la italiana.
Se abre una nueva página en la historia de Italia mientras sus ciudadanos siguen desarrollando otras buenas y ejemplares prácticas políticas, tales como resolver por referéndum popular las cuestiones cruciales de su desarrollo y, como si fuera poco, con la participación de los 4 millones de italianos que viven en el exterior.