Chile es un país que a pesar de sus importantes avances mantiene una profunda desigualdad. En este sentido, el camino de la gratuidad en la educación superior es una opción necesaria para reparar las injusticias. Debemos avanzar en romper las inequidades que dejan afuera de la educación superior a numerosos jóvenes con talento, sólo por su imposibilidad de cubrir los costos de ella porque esto es un daño, desde luego a dichos jóvenes, pero también a la sociedad chilena que renuncia a apoyar el desarrollo de estos talentos que están repartidos por igual, entre los estudiantes de colegios de clase alta y los de sectores pobres.
Resulta lamentable que una medida que va bien encaminada, se distraiga y agregue a la inequidad anterior una segunda e innecesaria barrera: que sólo los jóvenes que estudien en el mundo universitario de las instituciones agrupadas en el Consejo de Rectores puedan tener este importante apoyo de gratuidad. No hay razón para ello, ya que la medida busca saltar la barrera de los costos y ayudar a los más desfavorecidos por la sociedad.
Si bien, resulta comprensible que el Estado vele por la calidad de la inversión que realiza, solicitando cumplir a las instituciones que reciban este beneficio un conjunto de medidas, tales como acreditación de la calidad, no existencia de lucro, inclusión de sectores vulnerables e incluso participación de la comunidad en instancias colegiadas que aseguren su representatividad, no es posible entender del todo por qué instituciones de educación superior como la nuestra, la Universidad Católica Silva Henríquez, quedan afuera de dicho beneficio.
La Universidad Católica Silva Henríquez, tiene una acreditación institucional por sobre la media (4 años) y una acreditación de sus carreras, en varios casos, ubicadas en el segmento más alto (6 a 7 años); es una corporación privada de la Congregación Salesiana (antes de la Conferencia Episcopal de Chile) que no tiene lucro alguno y que es una de las cincos universidades en el país que no posee empresas asociadas (lo que no es signo de lucro, pero es el mecanismo utilizado por algunos para obtenerlo).
Su carácter social se manifiesta en que del total de estudiantes que ingresaron a sus aulas el 2015, el 47,5% pertenece a los quintiles más bajos de la escala social (se sube a un 73,8% si se agrega el tercer quintil); acoge un alto porcentaje de jóvenes de primera generación de estudiantes universitarios en sus familias; desarrolla un significativo trabajo en sectores populares, en cárceles y en nivelación de estudios básicos y medios; y cuenta con uno de los más antiguos propedéuticos de Chile, que facilita el ingreso al mundo universitario (no necesariamente a nuestra universidad) de estudiantes con alto rendimiento en sus colegios, pero bajo puntaje en la PSU.
Por último, es una universidad católica, orgullosa de ello y de su identidad salesiana, pero abierta a todos a quienes respeten sus principios, que no son otros, que los que guiaron al Cardenal Raúl Silva Henríquez: el sueño de un Chile cada vez más justo. De aquí que, en sus 32 años de historia, siempre la comunidad académica tiene y ha tenido espacios formales para hacer valer su opinión y con ello, representar la pluralidad de las ideas presentes en la nación.
Nos alegramos por los anuncios que nos hablan de mayor justicia, pero no podemos dejar de manifestar nuestro desconcierto por la marginación de nuestros estudiantes de los beneficios que la sociedad quiere entregar a los que más lo requieren; más aún, siendo una universidad que cumple con creces lo que se esgrime como justificación para entregar a otros estos beneficios.