Otro de los rasgos propios que se dan en esta supuesta isla del éxito llamada Chile, tiene que ver con la baja consideración y aprecio por las así llamadas ciencias sociales y humanas.
En estas últimas –aunque todas a final de cuentas remiten de una forma u otra a lo humano en sus diversas facetas-, pueden incluirse, la filosofía, la literatura, la historia, el arte.
¿En qué sentido? Bueno, tanto en su valoración e impacto público, como en las posibilidades de apoyo financiero para su profundización y desarrollo. Sucede que también en el ámbito del saber, el conocimiento, la ciencia y técnica, la ideología neoliberalista ha metido su cola hace años. De nuevo hay que decirlo, no solo aquí en Chile, también dentro y fuera del continente latinoamericano.
Este reencauzamiento del saber, la enseñanza, la investigación, la creación y reflexión crítica, se han conducido estrechamente en función de criterios centrados en su rendimiento, competitividad, utilidad.
Si las universidades fueron antes un espacio propio de reproducción y transmisión del saber acumulado, y, al mismo tiempo, lugar propicio para la investigación crítica, sea en lo social o en las así llamadas ciencias “duras”, hoy su función es más bien, o de productoras de titulados en masa, o de una investigación jibarizada que tiene que justificarse por su productividad económico/mercantil en primer lugar.
Así, un exministro de Hacienda del gobierno de Piñera, propuso que Conicyt tenía que cambiar de tutela, del ministerio de Educación al de Economía. También en algunos gobiernos concertacionistas se promovió la reducción y/o eliminación de la filosofía o la disminución de las horas de historia, porque el mercado demanda instruidos en inglés y computación.
La dirección utilitaria y mercadista del saber, el arte y la creación, ha terminado por minar su propio espacio y lugar en la sociedad. Por cierto, esta es una orientación nada neutral y azarosa.
Al capitalismo mercantilista liberal y global y sus representantes, no les interesa un robustecimiento de la expresión artística, del filosofar, de la historia o de la literatura, porque todos ellos a final de cuentas son vistos como eventualmente “peligrosos” para la continuidad del propio sistema.
En la asignación de fondos públicos a través de Fondecyt por ejemplo, las asimetrías son llamativas. Más de un 60% del presupuesto para proyectos de investigación va a manos de las ciencias “duras”, el resto tienen que repartírselo las ciencias sociales y humanas.
Pero no solo eso. Esa asimetría se replica cuando nos percatamos que los criterios para aprobar los proyectos en ciencias sociales y humanas y su validación, tanto del proyecto como de sus autores, tienen que ajustarse a los que dominan en el terreno de la ciencia y la tecnología, dejando de lado y desconociendo las dinámicas propias presentes en la investigación, creación e impacto que implica el ejercicio del saber-hacer y el conocer en las ciencias sociales y humanas.
Lo que queda claro es que en el campo de las ciencias sociales y humanas, no es posible obtener apoyo para un camino investigativo que se despliegue en el horizonte y que, al mismo tiempo, tenga como primer parámetro de su importancia, la relación crítico-comprensiva con esta misma sociedad y el mundo del que forma parte.
Junto con ello ha sido modificada la valoración del aporte específico –formación, documentos, libros, artículos- escritos desde las ciencias sociales y humanas. Hemos tenido que ir mutando, como sostiene Fernando García-Quero, de ser profesores e intelectuales a buenos hacedores de “papers”.
En buena parte de los casos, como es sabido, esos “papers” no se conocen y no trascienden la frontera de un muy pequeño número de especialistas.Tampoco tienden a mejorar la propia realidad en la que viven los investigadores.
Porque lo que importa, es decir, da “puntos”, es que nuestros escritos (ponencias, artículos, libros) sean juzgados favorablemente por unos colegas ubicados en el limbo de la galaxia de los jueces llamados “ciegos”. Mientras más “ciegos”, mejor.
La política neoliberalista en esto olvida un asunto crucial: sin un adecuado desarrollo reflexivo y crítico en la cultura política pública, apoyado primordialmente en las ciencias sociales y humanas, no solo no habrá educación integradora e integral, sino que tampoco podrá obtenerse una convivencia democrática basada en un ideario de justicia e igualdad.
No solo eso. Con ello, es decir con la subordinación de las ciencias sociales y humanas a criterios mercadistas y/o cientificistas, se está impidiendo la auto comprensión crítica y reflexiva de la propia sociedad, de su presente/pasado, y los “cuellos de botella” que le impiden su real transformación hacia una vida social, política y económica emancipada de las lacras de la desigualdad, la alienación o la despolitización nihilista.
¿ Acaso una real reforma educacional no tendría que ocuparse también de estos asuntos?