En diciembre pasado, escribí en este mismo portal una columna en la que comencé ofreciendo mis disculpas a mis lectores por dedicar ese espacio a contar mi experiencia personal como nuevo director de una escuela básica municipalizada. Quienes leyeron y comentaron esa columna en su oportunidad, recordarán la gran carga de optimismo que se desprendía de esa experiencia vivida.
Hoy, transcurridos cinco meses desde entonces, lamentablemente no puedo expresarme de igual manera, porque los hechos me han demostrado una triste realidad.
Como la educación sigue siendo un tema de primera importancia en nuestro país, es mi deseo comentar esa realidad que me tocó conocer de modo directo desde el cargo de director elegido por el sistema de la Alta Dirección Pública, y es lo que el lector conocerá a continuación. Me motiva hacer este comentario una esperanza: la de que las cosas cambien para mejor, una vez conocidas por las autoridades educacionales chilenas.
Al finalizar el año escolar 2012, el equipo directivo de mi escuela dejó completamente planificado el trabajo escolar que debía iniciarse en marzo de 2013, una vez concluido el período veraniego: horarios confeccionados, pre matrícula, planta docente necesaria, insumos requeridos, planes de clases elaborados, talleres extraescolares definidos, proyecto educacional y reglamentos internos revisados, mobiliario preparado y cortinas enviadas a lavar, es decir, todo listo para partir sin faltas cuando sonara la campana el primer día de clases. Obviamente, todo ello fue debida y oportunamente informado al sostenedor, a las autoridades comunales y de la Dirección de Educación Municipal.
Sin embargo, el primer día de clases, los profesores no contaban con los respectivos decretos que los autorizaban a desempeñar sus funciones y debieron hacerlo confiando en que los recibirían a la brevedad, plazo que se extendió por más de un mes y que requirió el envío y reenvío de varios oficios recordatorios, numerosas llamadas telefónicas, reuniones y conversaciones personales a diferentes niveles. Un punto negro.
Los textos y materiales escolares que proporciona gratuitamente el ministerio de Educación, con los impuestos ciudadanos, tardaron dos semanas en llegar a manos de los profesores y de los estudiantes, a pesar de que durante el período de vacaciones quedó todo dispuesto para que fueran recibidos en el establecimiento. Otro punto negro.
Los cursos de capacitación y los talleres que habían sido propuestos y anunciados por la dirección a profesores, alumnos, padres y apoderados a fines del año anterior, no pudieron comenzar a impartirse, porque no había presupuesto autorizado, ya que múltiples trabas burocráticas lo habían impedido.
Por igual razón, no se disponía de dinero para la caja chica ni de los implementos indispensables para la limpieza, por lo que, “heroicamente”, hubo que meterse la mano al bolsillo personal para solventar gastos tan menores como necesarios: locomoción, carga telefónica, cloro, petróleo, por ejemplo. ¡Increíble e insoportable!
Algunos funcionarios que el año anterior desempeñaron importantes labores docentes en talleres y redes de apoyo escolar con sueldos financiados con fondos provenientes de la ley SEP y cuya recontratación había sido solicitada oportunamente (profesores, psicólogos, educadores diferenciales, monitores, fonoaudiólogos), no estaban disponibles para retomar sus funciones, pues su contrato no había sido renovado y no figuraban en la planilla de pago. ¡Incomprensible!
Estas situaciones fueron las mismas en todos los establecimientos educacionales de la comuna de Cerrillos, sin excepción. La protesta de los seis nuevos directores elegidos por el sistema de la Alta Dirección Pública encontró como única respuesta: “Esto ha ocurrido siempre. Aquí es así.”
Toda la situación anterior se vio aun más agravada cuando a fin de mes el sueldo recibido por los directores, una vez más, era apenas el tercio de lo que se nos había ofrecido en las bases de la convocatoria al Concurso de Directores de establecimientos educacionales municipalizados.¡Inexplicable y totalmente irregular!
La sumatoria de todas estas negativas situaciones me llevó a presentar mi renuncia al cargo de director de la Escuela Básica Pedro Aguirre Cerda, a pesar de la profunda motivación personal que me llevó a postular al cargo, como lo expresé en mi columna de diciembre pasado. ¡La paciencia tiene un límite!
Mi amarga experiencia puede resumirse en estas tres palabras: ineficiencia, burocracia, irresponsabilidad.
Ahora, mirando desde la vereda de enfrente, me pregunto: ¿qué ocurrirá con los miles de millones que han sido anunciados por el Gobierno para la educación municipal?, ¿cómo es posible mejorar la educación sin contar con los apoyos necesarios?, ¿por qué se ofrece pagar sueldos que luego no se cumplen?