A estas alturas es evidente que el crecimiento económico per se no reduce la desigualdad, ni la pobreza, ni la degradación ecológica, al contrario.
Incluso aunque la intensidad energética y material por unidad del PIB haya mejorado en algunos países OCDE, esto es neutralizado por el aumento del PIB global.
Respecto al tema energético, por ejemplo, nuestro desafío hoy no es cómo generar más, sino cómo consumir menos y disminuir la demanda, y esto se aplica al crecimiento del PIB global, cosechado en base a una masiva degradación ambiental y social.
Es imperativo producir y consumir menos, y repartir mucho mejor.
Evidentemente lo de consumir menos no se lo podemos decir a muchos somalíes o congoleños, o, de hecho, a muchos chilenos que pasan penurias, o a los 3.000 millones de seres humanos, mitad de la humanidad, que hoy viven en grados descendentes de pobreza, o en la miseria…
Pero sí debemos espetárselo a los 300 millones de propietarios, 5% de la población mundial, que controlan casi la totalidad de la capitalización bursátil mundial; o a los 9 millones de individuos, un décimo del 1% de la población mundial, que hoy poseen una fortuna combinada de 35 trillones de dólares (35.1012) ¡equivalente al 50% del PIB mundial!
Hervé Kempf afirma, y estoy de acuerdo, que “la oligarquía mundial quiere deshacerse de la democracia”.
En Chile, en forma pionera, durante la dictadura ‘deshicieron’ nuestra democracia, instalando un ‘jaque’ constitucional, legal e institucional a la democracia, con el objetivo de des-empoderar a la ciudadanía y empoderar al sector privado.
Cuatro cuerpos legales promulgados en dictadura, la Constitución de 1980; el Código de Aguas de 1981; la Ley General de Servicios Eléctricos – DFL 1 de Minería de 1982; y el Código Minero de 1983, constituyen una suerte de ‘cuadrángulo’ fundacional del nuevo entramado constitucional y jurídico que se le impuso al país durante éste período.
En su conjunto permiten la captura corporativa de los sectores agua, energía y minería de nuestro país.
Otras leyes y normativas posteriores, que adolecen de la misma orientación mercantilista neoliberal, permiten la captura corporativa de otros sectores claves del quehacer nacional, tales como los servicios de educación, salud.
Después de esta transformación, los militares y los poderes fácticos permitieron un aparente retorno a un sistema democrático, cubriendo con un velo de legalidad y de sólida institucionalidad un sistema eminentemente anti-democrático, que propicia una sociedad oligárquica, oligopólica piramidal e insustentable social y ambientalmente.
La pirámide socio-económica resultante, una bomba de tiempo, muestra una agudísima concentración de extrema riqueza en su vértice, una deplorable re-distribución del ingreso y la diseminación de la pobreza en la base.
De acuerdo a los datos oficiales de la última encuesta Casen 2009, el 10% más rico de la población percibe el 40% del PIB de Chile, el 20% más rico el 55,8%. El 20% más pobre el 3,9%, y, finalmente, el 10% más pobre el 0,9% del PIB.
La encuesta demuestra además que los mega-ricos se están haciendo más ricos y los más pobres aún más pobres.
El modelo es tan efectivo que los tres clanes –Luksic, Angelini y Matte—que controlan y monopolizan los sectores clave de la economía de nuestro país crecen sin cesar, abarcando cada vez más rubros productivos, y, de hecho, entrelazándose entre sí como una mega-corporación con tres cabezas.
Cabe preguntarse cómo Chile, pequeño país con una economía insignificante en relación a las grandes economías mundiales, puede tener tres clanes con más de US$ 10 mil millones.
La respuesta es simple: el modelo genera las condiciones perfectas para la concentración de la extrema riqueza en las manos de un porcentaje ínfimo de la población.
Lo peor de todo es que el modelo está hoy globalizado.
Desafortunadamente, Chile en esto es pionero, emblemático y un caso particularmente agudo gracias a los 17 años de apertura a la reforma ultra-neoliberal que permitió la dictadura.
Por muy astuto que sea el modelo, podemos y debemos revertirlo. En esto parece que estamos muchos chilenos y chilenas. ¿Verdad?