Hace cerca de 50 años, siendo estudiante de la Facultad de Economía de la Universidad de Chile y Presidente del Centro de Alumnos de la Escuela, leía con entusiasmo y esperanza a Jorge Ahumada en su célebre libro “En vez de la miseria”, en donde con solidez de argumentación señalaba que para poder erradicar la pobreza en Chile, entre otros factores, era necesario promover una sociedad solidaria y fraterna.
Ahumada fue uno de los principales asesores de Eduardo Frei Montalva y de la Democracia Cristiana, donde yo militaba allá por el año 1964, cuando los jóvenes de aquel entonces creíamos que seríamos capaces de cambiar el rostro del país y construir una sociedad mas justa y mas solidaria.
Hace unos días, después de hacer clases en un curso de posgrado en la misma facultad, cientos de estudiantes de pregrado, tradicionalmente renuentes a sumarse a los movimientos estudiantiles y sociales, se encontraban en el patio central, pintando con entusiasmo pancartas alusivas a sus demandas en una universidad estatal emblemática.
Ciertamente que el país ha progresado; la meta de US$600 per cápita que pretendía lograr el presidente Frei al término de su mandato en 1970, se han convertido en más de 15.000 dólares en el 2011.
Sin embargo, subsiste la crisis de solidaridad y así Chile muestra una desigualdad que irrita y opaca los niveles de desarrollo que hemos alcanzado. La solidaridad de la dádiva ante catástrofes, no es suficiente para tranquilizar la conciencia ciudadana.
Subsiste la crisis de solidaridad, pero ahora sumada a otra crisis: la de la credibilidad. Las estructuras de poder han dejado de ser creíbles, por lo que no nos debe extrañar que Chile esté convulsionado transversalmente por una crisis de hondas y profundas raíces, como consecuencia de un desarrollo que para muchos nada significa.
Los políticos y sus partidos han dejado de ser creíbles, muchas instituciones públicas no son creíbles, el poder judicial genera desconfianza y no es creíble, las cúpulas sindicales con líderes de antaño que utilizan sus cargos para usufructuar, no son creíbles, el Presidente de la República no es creíble y ahora, la Iglesia Católica, tradicionalmente baluarte de comportamientos morales, tampoco es creíble.
Vivimos una crisis de credibilidad, la que sumada a la crisis de solidaridad, aún no superada, constituyen los fermentos de una crisis que no podrá ser resuelta por las fórmulas políticas tradicionales.