Las revelaciones acerca de las cuentas corrientes bancarias ocultas de la DINA, los pagos a Pinochet y a otros militares, así como las sorprendentes declaraciones del ministro Mañalich acerca de su eventual paso por Villa Grimaldi, el sometimiento a juicio de otro cómplice del asesinato de Víctor Jara, el descaro de un abogado fascistoide pidiendo negociar en una nueva “mesa de diálogo” y los 18 nuevos procesados por el caso Janequeo, subrayaron estos días la importancia de los juicios por delitos de lesa humanidad a 40 años desde el golpe.
Con los nuevos casos el penal de Punta Peuco pasará a tener más de 70 reclusos, y hay otros 34 en lista de espera. El grupo de criminales incluye a una mujer, Zinaida Vicencio González, del ejército.
No es la primera mujer torturadora u homicida, la lista es enorme y su crueldad similar a la del hombre.
Baste recordar a Ingrid Olderock, Rosa Ramos, Palmira Isabel Almuna, “la Pepa”, oficial de carabineros torturadora de José Domingo Cañas hoy en libertad tras desempeñarse en un centro de menores en Iquique.
O el caso de Nélida Gutiérrez, compañera del “Mamo”, o Luz Arce, o la “flaca” Alejandra, o Marcia Uribe, “Carola”, estas 3 últimas ex militantes de izquierda forzadas en tortura a colaborar con el fascismo, o María Teresa Osorio, esposa de Basclay Zapata.
O la asesina del cuartel Bolívar hoy prófuga en Australia, Adriana Rivas, o Ana María Rubio de la Cruz, alias “Carmen Gutiérrez”, del ejército implicada en el asesinato del general Carlos Prats y su esposa, o la famosa “Pochi” del Comando Conjunto. O Viviana Ugarte de la FACH, del Comando Conjunto y nada menos que mujer del general Patricio Campos Montecinos, Director General de Aeronáutica Civil.
Suman casi un centenar las mujeres implicadas en crímenes en cuarteles como “Venda sexy”, “Ollahue”, Simón Bolívar” y otros
Bien sabemos que el Prólogo de lo que sería la peor tragedia de nuestra historia comenzó a escribirse en Washington el 14 de septiembre de 1970 – diez días después que triunfara Salvador Allende y antes que asumiera la presidencia de la nación – cuando se produjo la primera reunión entre Richard Helms, entonces director de la Central de Inteligencia Americana, la CIA, y el empresario chileno Agustín Edwards.
Tema del encuentro: planificar operativos para impedir al acceso de la Unidad Popular al gobierno o, en subsidio, la creación de condiciones para un posterior alzamiento armado contra dicho gobierno.
Así lo explican detalladamente tanto los documentos desclasificados de la CIA como el informe de la comisión especial del senado norteamericano del año 1975, presidida por el senador republicano Frank Church, que investigó la injerencia norteamericana en el golpe en Chile.
Está documentado también en el llamado informe Hirschey y lo confirman historiadores e investigadores de la calidad de un Peter Kornbluh o John Dinges. En Chile el tema ha sido igualmente estudiado. Señalemos desde luego el estupendo “Diario de Agustín” de Fernando Villagrán.
No se trata pues de opiniones personales, sino del resultado de rigurosos trabajos científicos a prueba de torpes mentiras.
Luego de ese Prólogo del 70, que explica el origen del complot, vino la obra misma de la felonía, la traición y el horror.
Esto es el despilfarro de dólares, la compra de personajes de toda vestimenta, camioneros, empresarios, periodistas, parlamentarios, dirigentes políticos, hasta lograr el golpe y el terrorismo de Estado, los detenidos desaparecidos, los ejecutados políticos, los torturados, los “prisioneros de guerra”, los exiliados, los exonerados, los cuerpos flotando en el Mapocho, los lanzados vivos al mar desde helicópteros militares, los degollados, los quemados vivos.
Cientos de miles de chilenas y chilenos de todas las edades condenados por el solo hecho de pensar. Quema de libros por todo el país, censura a la literatura, a la música, al canto, a la danza, al arte y la cultura en general. Apagón espiritual de 17años
Consolidado el modelo neo liberal e impedidos los cambios estructurales de la sociedad chilena por un largo período histórico, vino entonces la contra orden. Que, por supuesto vino de parte de los mismos autores: el gobierno norteamericano y la CIA.
En efecto, cuando mantener a Pinochet en la jefatura del Estado se hizo insostenible y cuando además asomaba la probabilidad de una salida “ a lo plebeyo”, es decir como en Nicaragua, con un pueblo alzado contra la tiranía, la Casa Blanca decidió no correr ese riesgo y envió entonces al subsecretario de asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado quien dio inicio desde la propia sede de su embajada en Santiago de Chile a las negociaciones entre la dictadura y un sector de la oposición lo que explicaría todo lo que ha sucedido después.
Ahora bien, en paralelo los familiares de las víctimas con el apoyo de las fuerzas democráticas y progresistas del país han venido escribiendo otra historia.
Se trata de la lucha por verdad y justicia y por reconstruir una verdadera democracia. De romper los candados de la Constitución y las leyes de la dictadura.De levantar un Estado democrático que garantice el respeto a los derechos humanos individuales y a los derechos sociales, políticos, culturales y económicos de chilenas y chilenos.
El proceso ha sido extenso y duro desde los primeros tiempos. La lucha por la libertad de los presos en estadios y campos de concentración, los miles de recursos de amparo, las primeras denuncias judiciales.
Nunca decayeron, resistieron los portazos de las fiscalías militares y la cobardía de los tribunales que, con escasísimas excepciones de jueces justos y valientes callaron ante el horror.Pero el avance es notable. El año empieza a concluir con 1.500 procesos judiciales en curso, con varios cientos de procesados y cerca del centenar de condenados cumpliendo condena.
En este cuadro parece fuera de toda discusión que los más importante, lo que apunta al fondo mismo y a las causas verdaderas, es la querella contra los autores, cómplices y encubridores de la conjura golpista interpuesta por la AFEP y la AFDD en diciembre pasado y en la que se menciona abiertamente a personajes como el mismísimo Agustín Edwards, Pablo Rodríguez, y una larga lista de partícipes.
Digamos desde ya que no se están portando con la misma soberbia que lucían cuando su dictadura. Niegan lo innegable o “no se acuerdan” como sostenía el dictador.
Pase lo que pase la sola realización de este juicio histórico que muestre por fin las cosas tal y como fueron, puede ser el comienzo del Epílogo de la tragedia chilena Al menos en cuanto toca a los procesos judiciales, una suerte de cierre del círculo.
Pero, ojo, sólo de un Epílogo formal. Puesto que la herida seguirá abierta por los siglos de los siglos a menos que se conozca toda la verdad – esa que nos niegan hoy los que la conocen a plenitud – y que se aplique el rigor de la ley contra los culpables. Y hasta que se logre la democratización de las Fuerzas Armadas y organismos policiales del país, tarea que sigue pendiente.
Si alguien duda, recuerde la presencia y las palabras de mandos militares en ejercicio en el reciente funeral del jefe de la CNI Odlaier Mena o la recién inaugurada estatua a Toribio Merino en instalaciones de la Armada, o el enclave de fuerte Aguayo.